¿Sufre Vizcarra de una incapacidad moral permanente? De ser así, según nuestra Constitución, debería ser vacado. Pero ¿qué significa sufrir de incapacidad moral permanente? Sin una respuesta clara a esta última pregunta, es imposible responder a la primera. También resulta imposible juzgar la historia reciente y protegernos ante futuras crisis políticas.
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Quienes interpretan la causal de vacancia de manera tradicional desearían que, en lugar de la palabra “moral”, la Constitución hable de incapacidad “mental” (como habría sido la intención original). Según esto, a un presidente se le podría vacar por locura, pero no por inmoralidad, sin importar cuán profunda sea esta. La interpretación tradicional, de todas formas, contiene un tipo de incapacidad “moral”: la de distinguir el bien del mal.
Los que interpretan la causal de vacancia de manera amplia, en cambio, celebran el uso de la palabra “moral” en la misma. Ello incluso aceptando que la intención original del legislador habría sido la de restringir la misma a la locura. En otras palabras, es deseable que un presidente sea vacado no solo en caso haya perdido la razón y, con ella, la capacidad de distinguir el bien del mal, sino también cuando, distinguiendo el bien del mal, sirve crónicamente al mal.
La interpretación tradicional tiene esto a su favor: dificulta el uso abusivo de la vacancia. La incapacidad “mental” permanente no puede declararse válidamente por votación: requiere un diagnóstico clínico. Incluso si la locura es obvia para todos (pensemos en un presidente derogando la gravedad o declarando la guerra al Imperio romano), debe determinarse científicamente que la misma es real y que no es pasajera.
La interpretación amplia, por su parte, tiene esto a su favor: permite defenestrar a presidentes que, sin haber perdido la razón, son profundamente corruptos. Imaginemos un presidente que, por error, transmite en vivo una violación sexual en la que él es protagonista o la recepción de dinero de manos de un narcotraficante prófugo. Sin duda, estaremos ante una persona profundamente corrupta que, como tal, merece ser vacada.
Imaginemos otro escenario: un reportaje periodístico revela, más allá de toda duda, la implementación, por orden del presidente, de campos de concentración similares a los de Hitler o a los de Stalin. Millones de personas han sido sistemáticamente esclavizadas, torturadas y ejecutadas. Estamos de acuerdo en que sería de la mayor utilidad contar con la interpretación amplia de la incapacidad “moral” permanente, ¿cierto?
En suma, la interpretación tradicional cierra las puertas a la vacancia del malvado, pero cierra también las puertas al abuso de la vacancia. Con la interpretación amplia ocurre lo opuesto. Personalmente me inclino por la segunda, aunque con temor, tomando en cuenta la fragilidad de nuestras instituciones y la calidad de nuestra clase política. Además de instituciones fuertes, la interpretación amplia necesita políticos maduros, es decir, políticos que se tomen en serio las palabras que dan nombre a la causal.
Incapacidad “moral” permanente. El nombre mismo ya pone un límite a la discreción de los congresistas. No es un juicio político, como algunos defienden: es un juicio moral. La tarea de los congresistas en estos casos es demostrar que el presidente no ha perdido la razón o, gozando de ella, se encuentra orientado al mal de manera patológica. La prueba, me inclino a añadir, debe ser indubitable, para que no se preste a suspicacias en un asunto de tan importantes consecuencias.
En el caso de Vizcarra, nadie alega locura. La pregunta es si se encuentra orientado al mal de manera patológica. Esto es lo que los congresistas deberían demostrar. Ello, claro, asumiendo que no están usando la figura de la vacancia “para servirse” en lugar de “para servir” al país. Es decir, asumiendo que no sufren, ellos mismos (o ellos también), una incapacidad moral permanente.