(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Kenji Fujimori Higuchi

¿Cómo imagino al Perú en 30 años? Veo un país con una pujante población de cerca de 50 millones de habitantes en el cual la brecha social no será un problema mayor. La pobreza estará erradicada y el bienestar general llegará a todas las capas poblacionales.

En el caso de la política, esta se moverá en función de las necesidades económicas, con estrategias de mediano y largo plazo. Una de ellas será la promoción de la inversión masiva en el transporte por ferrocarril, que hará cambiar el paisaje de todo el país. No solo el transporte de pasajeros, sino también el de carga, que mueva la futura producción minera y de un bien aún no explotado en toda su dimensión: la producción maderera en la sierra y selva.

La red ferroviaria que imagino se conectará hacia nuevos puertos, con el empleo que ello genera. Las reglas del libre mercado trazarán las rutas, que serán construidas por empresas privadas, con túneles debajo de los ríos en la costa en lugar de puentes vulnerables a los desastres naturales. El Estado se limitará a facilitar las inversiones y la oferta responderá a lo que el mercado demande. La economía se moverá con la máxima eficiencia.

La inversión ferroviaria sentará las bases de una nueva infraestructura para el desarrollo de una nueva economía forestal sostenible con un uso racional del agua y del bosque, perfectamente compatible y complementaria de la minería peruana. Además, será un aspecto importante para el desarrollo integrado del país y proporcionará la salida de la producción hacia mercados globales.

Las distancias largas se cubrirán con vías férreas y los camiones se limitarán a la distribución para menores distancias. Necesitaremos “puertos secos” para el transbordo del ferrocarril al camión o directamente a los buques de carga. La velocidad de nuestra economía dependerá de cuán rápido pueda moverse la producción de un punto a otro al menor costo posible.

Los empresarios peruanos, a través de conglomerados eficientes, tendrán una mayor presencia en la economía nacional y regional. La productividad alejará a la economía de la corrupción y el mercantilismo. El Estado no podrá hacer el papel de gerente general, donde el político aspire a ser un pequeño señor feudal de un espacio económico o un proceso productivo protegido. Esa política desaparecerá. En el Perú, la política no interferirá ni subordinará a la economía.

El político y el empresario tendrán que ser visionarios para sobrevivir en el mundo competitivo. Más allá de pequeños pactos políticos de corto plazo, necesitaremos avanzar también en la industrialización del país. Esto se logrará en base a la innovación y tecnología, algo en lo que los peruanos mostrarán su gran capacidad. La inversión abierta a todos los competidores para una nueva logística centrada en los ferrocarriles hará del Perú un país competitivo en el mundo.

Necesitamos compartir esa visión para el futuro. Necesitamos economías libres y políticas que permitan la gobernabilidad democrática. Necesitamos volver a creer en el sueño de un Perú como uno de los principales hubs desde el Pacífico hasta el Atlántico, como el que construyó la iniciativa privada en Estados Unidos desde el siglo XIX.

En este sentido, necesitamos volver a pensar en unos estados unidos sudamericanos. No hablamos de una innecesaria unión política, sino de una economía integrada, una gran red ferroviaria que articule libremente los diferentes procesos productivos para extraer los recursos, transformarlos en la región y sacarlos al mundo en condiciones competitivas.

Esta visión futurista requerirá una incuestionable seguridad jurídica que genere un clima de confianza en todos los ciudadanos, en particular en los pequeños y grandes emprendedores. La continuidad de las reglas de juego, una institucionalidad estable y una política económica de largo plazo sin el azar de los conflictos legales son claves para ello.