Como quizás recuerden, a inicios del año pasado varios medios internacionales comenzaron a hablar de trajes para astronautas mujeres. La primera caminata espacial exclusivamente femenina –que se esperaba para marzo del 2019– tuvo que ser pospuesta porque no había trajes para las dos astronautas (solo había uno de talla mediana listo para ser usado). Aunque finalmente el evento tuvo lugar en octubre, lo menciono aquí porque el fracaso inicial llevó a que se discuta qué pasa cuando uniformes y herramientas de trabajo no tienen suficientemente en cuenta las necesidades de las trabajadoras.
El contexto del coronavirus ha vuelto a abrir esta discusión, aunque ahora los riesgos son, por supuesto, de otra dimensión. El tema ha llegado más recientemente a dos diarios ingleses: “The Guardian” y “The Independent”, que han puesto el foco en los riesgos que se originan porque los equipos de protección personal suelen ser diseñados para la talla y la forma del cuerpo masculino, a pesar de que el 75% del personal del National Health Service británico sean mujeres. Las notas citan a una miembro del consejo de la Asociación Británica de Medicina y una miembro del Colegio de Enfermería Británico, quienes resaltan problemas como, por ejemplo, que en muchos casos las máscaras no se ajustan a las caras de las mujeres o que los equipos pueden ser tan incómodos que les causan moretones. También aparece la voz de una trabajadora de salud que resume así el problema: “Los equipos de protección personal están hechos para un jugador de rugby de 1,90”.
Aunque el foco mundial esté ahora en los equipos de protección durante la pandemia del coronavirus –y en su escasez general–, el problema del género y las herramientas de trabajo va mucho más allá de los casos médicos. Se relaciona con equipos protectores para otros sectores, por ejemplo policiales y militares. Se relaciona con el diseño de maquinaria y herramientas. Y se relaciona con la brecha de información que tenemos sobre las necesidades de las mujeres trabajadoras. (Y aquí no me canso de recomendar el libro “La mujer invisible”, de Caroline Criado-Perez, quien dicho sea de paso viene siendo muy vocal sobre el tema de los equipos de protección personal en el contexto de la pandemia).
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha publicado varios documentos sobre cómo pensar la seguridad y salud en el trabajo desde el género. En un informe del 2013, por ejemplo, se advertía del riesgo del uso de equipos protectores que no se ajusten a los cuerpos y sostenía lo siguiente: “El diseño de la mayoría de equipos de protección personal está basado en las medidas y características de la población masculina de ciertos países de Europa, Canadá y Estados Unidos. Como resultado, no solo las mujeres, sino también muchos hombres experimentan problemas para que los equipos de protección les queden de forma adecuada y sean cómodos, porque no se conforman con el modelo de trabajador masculino estándar”.
El Trades Union Congress inglés también publicó un reporte el año pasado resaltando estos problemas y enfatizando que la solución no está simplemente en tener tallas más chicas, sino en tomar en cuenta las diferencias de los cuerpos a la hora de crear los diseños. Allí, resaltó por ejemplo que “las mujeres muchas veces reportan que los arneses de seguridad, los cinturones y las armaduras corporales pueden causar problemas significativos (…) porque no están diseñados para acomodarse a diferentes tamaños de busto o caderas.”
¿Qué pasa en Latinoamérica? Me fue difícil encontrar estudios puntuales, así que busqué testimonios de trabajadoras de salud. La doctora Corina Hidalgo, médica ginecóloga, me contó que sus lentes le quedan muy grandes y perjudican el nivel de protección que recibe. Otra médica me comentó que su mascarilla N-95 le queda grande, aunque ha podido ajustarla y adaptarla. Una enfermera me dijo que muchas veces los servicios de salud se abastecen de equipos que les quedan muy grandes, por los que buscan comprarse sus propios implementos. Y una doctora me dijo que cuando era alumna muchas veces se ponía un esparadrapo en el busto para evitar que el mandilón revelara más de la cuenta.
Para terminar, hablé también con Inés Mesía-Toledo, médica peruana que hizo su posdoctorado en Harvard; coincide en que el ajuste de la indumentaria de trabajadores de salud es un problema. Por un lado, a veces equipos como máscaras o lentes vienen en talla única, lo que afecta no solo a las mujeres, sino también a hombres: muchos de los equipos se hacen teniendo en mente al hombre europeo promedio. Me dijo, finalmente, que en los casos en los que hay tallas, sucede también que a veces no hay coincidencia entre los equipos disponibles y las necesidades de las trabajadoras.
No se trata, por supuesto, de una muestra representativa, pero sí de voces que –sumadas a la información mundial– nos alertan sobre la importancia de tener esta discusión.
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