En la semana en la que se cumplen 100 días del gobierno de Pedro Castillo, la pauta la marcan hechos que no son del todo ajenos a la política peruana, pero que marchan a un ritmo, sin duda, más vertiginoso e irresponsable. La semana empezó con un escándalo que, hasta el cierre de esta columna, no había terminado de precipitar la inminente salida de un ministro cuestionado y terminará con un postergado voto de investidura, que ha pasado de ser casi un trámite parlamentario a un espectáculo con altas dosis de incertidumbre.
Aunque es un período arbitrario, estos primeros 100 días han sido reveladores, y no por una agenda ambiciosa o disruptiva, sino porque han forjado la imagen de un Gobierno débil, dividido, errático e impopular. Un cuarteto que afloró muy rápido en este período, pero que es mal augurio para una administración que necesitará mucho más aire y fondo para terminar una carrera que apenas comienza.
Es un Gobierno débil. Si bien se encontraron con la presidencia cuando su “cálculo era pasar la valla y colocar una bancada”, como lo reconoció el propio Vladimir Cerrón, en estos casi tres meses han encajado derrotas con mucha facilidad, que van desde votaciones clave en el Congreso (Mesa Directiva, comisiones) hasta la prematura caída de varios ministros y un Gabinete de forma notable. Sin contar los numerosos actos fallidos de nombramientos revocados por presión pública (o interna) a los pocos días.
Ahora la figura del ministro del Interior pone en jaque al segundo Gabinete del Gobierno en vista del consenso en el Parlamento de negarle la investidura en caso el presidente decida mantenerlo en su lugar. Y pasada esta semana, es altamente probable que el Congreso decida declinar el pedido de facultades legislativas que el ministro Francke se encargó de presentar.
Como si fuera poco, es un Gobierno desbordado también por conflictos sociales, que ya precipitaron la salida (otra) del también cuestionado Grajeda del viceministerio de Gobernanza Territorial de la Presidencia del Consejo de Ministros, y que han provocado la inédita suspensión de actividades por parte de Antamina, la mina de cobre más grande del país.
Es un Gobierno dividido. ¿Es Perú Libre un partido sustancialmente distinto a otros partidos que se encontraron con el poder? Una de las razones por las que puede estar sobreestimado y visto por encima de Perú Posible o el Partido Nacionalista es por su ideología. Para muchos, y me incluyo, esa podía ser una variable que lo podía distinguir de otras de las “coaliciones de independientes” (como las llamó Mauricio Zavaleta) o vehículos electorales que han pululado por la política local, regional y nacional.
Pero la realidad es que se trata de un partido personalista de origen regional, con impronta comunista, pero sin cuadros. Ante la exclusión de su líder, debió recurrir, hace un año y a muy pocos meses de la elección, a un líder sindicalista que se suma como invitado y termina haciendo propio el discurso del partido, pero no necesariamente su doctrina. Y la tensión se siente.
Es un Gobierno errático. Que puede ratificar a Julio Velarde como presidente del Banco Central de Reserva, pero también nombrar a Julián Palacín en Indecopi. O que mantiene una postura contradictoria frente a Camisea, que no hace más que generar señales de incertidumbre y desconfianza. Y que decide –sin mayor lógica o sustento, pero sí demagogia– sacar a los militares a las calles. La debilidad y la división, sin duda, influyen en este andar.
Y es un Gobierno impopular. En comparación con Gobiernos recientes, el de Pedro Castillo no ha tenido realmente una luna de miel por parte de la ciudadanía y su aprobación del 35% se encuentra varios puntos por debajo del promedio a estas alturas. Las divisiones geográficas que vimos en las elecciones se han mantenido, pero incluso el apoyo al Gobierno en el sur, su principal bastión electoral, se ha visto mermado fuertemente tras 100 días que son, francamente, para el olvido.
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