Me temo que se está configurando un escenario destructivo en el que el presidente Pedro Castillo, involucrado hasta el cuello en esquemas de corrupción y que es incapaz de gobernar con un mínimo de eficiencia, logra quedarse haciendo un indescriptible daño al país.
Uno en el que el Congreso, que debiera ser el contrapeso institucional, muestra una vocación autodestructiva que confirma cuando ahora, con alrededor del 10% de aprobación, se empecina en poner a un investigado por lavado de activos a presidir la Comisión de Presupuesto y a dos de ‘los niños’ de Acción Popular como cabezas de comisiones importantes.
El Congreso termina, así, dándole una ayudadita a Castillo para distanciarse de ellos en las encuestas, justo cuando todo lo que se conoce sobre él se va confirmando.
Ese uno de cada cuatro que ahora lo apoyan parece hacerlo por dos razones. De un lado, una versión deformada de lo identitario: “si todos fueron corruptos en el pasado, ¿por qué se ensañan con el que viene de abajo?”.
A ello se suman las distintas expresiones del radicalismo de izquierda que sienten que Castillo es lo que hay. Reescriben así la frase atribuida a Franklin Roosevelt sobre Anastasio Somoza: “puede ser un hijo de p…, pero es nuestro hijo de p…”. Peleas más, peleas menos, los radicales de izquierda nunca han tenido tanto acceso al poder como ahora y la mayoría de las veces lo han usado de la peor manera.
Lo que no puede controlar Castillo y lo aterra es el avance, tan implacable como certero, de las investigaciones que lo sindican como cabecilla de organizaciones criminales. Siente pasos ya muy cercanos cuando su cuñada/hija está detenida y teme que su esposa pronto también lo esté. “Eso [lo de Anguía] que lo vean Lilian y Yenifer”, le dijo Castillo a Pacheco.
Por ello, aconsejado por Guillermo Bermejo y con el aporte nada desdeñable del siempre ecuánime Aníbal Torres, ha pasado a la ofensiva. Denuncia “una confabulación de la fiscalía, el Congreso y los medios contra un pueblo que debe responder movilizándose”. Lo hace con el telón de fondo de las “bases” que llegan “espontáneamente” a Palacio de Gobierno gritando: “Castillo, cierra el Congreso”.
Hay en esto mucho de fantasía. No hay ese pueblo que masivamente saldría a defenderlo. Los que están dispuestos a ejercer violencia son muy pocos.
Lo que sí hay son múltiples grupúsculos ultrarradicales con historia y vocación violenta. Entre ellos, los miembros del Movadef, los etnocaceristas y el proiraní que quiere crear en Apurímac el Hezbolláh peruano –”partido de dios”, traducido al castellano– (y que fue detenido con 13.000 cartuchos de dinamita hace pocos días).
Miguel Ramírez, periodista conocedor del mundo de inteligencia, escribió que “en los sectores de inteligencia contrarios al régimen se comenta que Castillo prepara un plan para movilizar a ronderos, ‘etnocaceristas’, dirigentes sociales adeptos a su Gobierno y licenciados de las Fuerzas Armadas, a muchos de los cuales reunió la semana pasada en la sede gubernamental. La finalidad es defenderlo de las seis acusaciones por corrupción que tiene y atacar con más vehemencia el Congreso hasta cerrarlo”.
Agréguese que con el dinero del Estado trajo en la noche de este lunes a cientos de prefectos y subprefectos para reunirse con ellos reservadamente. Este tipo de cargos son usados para darle chamba a incondicionales. En este caso, muchos son del Movadef y bastantes de Perú Libre, por lo que no es difícil adivinar cuáles fueron las instrucciones para el regreso a sus localidades.
¿Cuánto éxito pueden tener?
Las intenciones de Castillo son tan obvias y su incompetencia es oceánica, tanto para hacer las cosas bien como para hacer el mal. Así que el tiro le puede salir por la culata. Pero hay que estar muy atentos a lo que trama y el daño adicional que esto puede causarle al país.
Estando el Congreso maniatado y abocado a la tarea diaria de hacerse puré, ¿qué puede ser eficaz frente a métodos vedados y objetivos tan torvos? Solo los ciudadanos.
Si, comprensiblemente, los sectores más pobres se movilizan principalmente por urgencias casi de sobrevivencia, son las clases medias las que, en todas partes del mundo, suelen dar la pelea contra los que pervierten la democracia y roban con descaro.
Acá ello no ocurre. Dos expresiones ciudadanas del pasado fin de semana lo confirman. Erróneamente convocada “para apoyar a la fiscalía”, que no requiere de ese tipo de apoyos, hubo una concentración entusiasta, pero relativamente pequeña. También expresa lo mismo el valioso esfuerzo de juntar a ciudadanos demandando elecciones generales y reformas políticas. Si los 170 colectivos que convocan a este adelanto electoral no lo lograsen, ¿qué nos queda?
Cada vez escucho más que es “espantoso e intolerable lo que ocurre”, pero lamentablemente seguido del “por eso, prefiero no leer periódicos, ni ver TV u oír radio”.
Se critica mucho el pasado, pero creo que hemos tenido antes, en diferentes y valiosos momentos de nuestra historia, mucha más visión de los intereses compartidos, de la urgencia de no ser cómplices con nuestra pasividad.
Definitivamente, esta no es nuestra mejor generación de políticos y comienzo a pensar que tampoco de ciudadanos. Quizás lo uno implica lo otro.