Todo indica que la luna está en la séptima casa. Y Júpiter, según parece, se está alineando con Marte. Eso por lo menos es lo que sugieren las declaraciones de algunos congresistas sobre la llegada de una supuesta era de Acuario en las relaciones entre la actual representación nacional y el Ejecutivo.
“Hoy empieza una nueva época”, ha dicho por ejemplo este jueves el vicepresidente del Parlamento, Luis Roel Alva. Y en un esfuerzo por definir los valores que primarán a partir de ahora en la conducta del Legislativo, ha añadido: “Tenemos que empezar a tener conciencia democrática, conciencia de gobernabilidad y pensar en el país. Ya no podemos ser un grupo de políticos que tiene intereses particulares”.
Por su parte, la encargada de la presidencia del Congreso, Mirtha Vásquez, ha recitado que en esta etapa está optimista. “Creo que [el control político del Parlamento al Ejecutivo] no va a suponer un enfrentamiento como el que hubo”, ha apuntado. Y ha ofrecido también instar a sus colegas desde la Mesa Directiva “a que ningún proyecto de ley pase [al pleno] sin haber entrado antes a comisión”.
Siguiendo la letra de la famosa canción sobre el advenimiento de la era beatífica que mencionamos, entonces, la armonía y el entendimiento, y también la simpatía y la confianza abundante, serán a partir de este momento las características principales de la dinámica entre los referidos poderes del Estado. Ah, y se acabaron, eso es definitivo, las falsedades y las pullas recíprocas. Que el sol se abra paso entre las nubes y nos alegre con su luz revitalizadora.
–Risa escalofriante–
Mientras todos entonan el coro de apoteosis, sin embargo, permítasenos introducir unas gotas de escepticismo entre tanto presagio de bienaveturanza.
Consideremos, en primer lugar, los propósitos que, según el congresista Alva, empezarán a pesar en el ánimo de los padres de la patria a partir del lunes: conciencia democrática y de gobernabilidad, dejar de ser un grupo de políticos con intereses particulares para pensar en el país… Empeños todos muy encomiables, por cierto, pero que uno habría asumido presentes en ellos desde que postularon al cargo. Decir que recién los van a abrazar pasado mañana, en consecuencia, es de un morro sin precedentes y de una disposición soñadora digna de toda duda.
A la señora Vásquez, de otro lado, los primeros que le van a estropear su bonito flequillo coreano son sus compañeros de bancada. ¿O cree alguien que los legisladores del Frente Amplio van a llevar la fiesta en paz con un ministro de Economía que insista demasiado en aquello del equilibrio fiscal? Al igual que el resto de bancadas que han empujado iniciativas que ignoran la sensatez económica, como la del “nombramiento automático de los profesionales de la salud” o la de la “devolución” de aportes a la ONP, la tripulación de la chalupa que timonea desde fuera del Congreso Marco Arana está esperando de seguro que baje solo un poco la marea para lanzarse nuevamente al abordaje.
Y es que el cuento ese de que a partir de ahora sí van a ser buenitos es el último pitorreo de los ‘gremlins’ parlamentarios. ¿Cuántas veces antes se han hecho ellos los que se alisaban las mechas y se sacudían el barro de la ropa para empezar a comportarse con responsabilidad ante las tareas de gobierno? Pues innumerables, pero al final, siempre se escuchaba por ahí una risotada de sanatorio y el follón comenzaba de nuevo. Los ‘gremlins’ son los ‘gremlins’ y no hay marcha capaz de forzarlos a la compostura por mucho tiempo. Andar creyendo, por lo tanto, que esta vez las cosas serán distintas y que van a llegar a navidad cantando villancicos es la ingenuidad del bicentenario.
Estos congresistas, recordemos, postularon al cargo sabiendo que no podrían reelegirse y que su temporada de apoltronamiento en el escaño duraría apenas un año y unos mesecitos. La amenaza de un castigo en las urnas les hace, pues, cosquillas, y su hambre por concretar proyectos afiebrados no tiene tiempo para discusiones abstrusas en comisiones, o para realismos económicos aguafiestas.
Podrán quizás contener sus reflejos disruptivos unos treinta días. Digamos, hasta la presentación del nuevo gabinete en el hemiciclo, y conceder así, desdeñosos, el voto de confianza que aquel les irá a solicitar. Pero no bien deje ese día el Palacio Legislativo, la señora Bermúdez escuchará probablemente la carcajada escalofriante estallando del otro lado del Hall de los Pasos Perdidos y sabrá que las hostilidades se han vuelto a iniciar.
–Instant Karma–
La pregunta lógica ante este cuadro turbador es, desde luego, quién tiene la culpa de que hayamos terminado con una representación nacional de estas penosas características. Y en opinión de esta pequeña columna, estamos ante un caso de responsabilidades compartidas. Por un lado, tenemos a Martín Vizcarra, que nos llevó a una elección congresal con las condiciones ya descritas (y que hoy debe estar aprovechando sus horas vacías para leer sobre la doctrina del ‘karma’). Y por otro, a los electores que votaron por tanto bellaco sin tomarse siquiera el trabajo de revisar sus hojas de vida (que, por morosas que fuesen en los detalles turbios, eran en muchos casos un claro avance de la película que estamos viendo).
La ironía de todo esto, en realidad, es que quienes pujan hoy por una nueva constitución parecen ignorar que esta tendría que ser redactada por constituyentes elegidos de la misma manera que estos congresistas. Es decir, habida cuenta de su probada frivolidad ante las urnas, con los mismos riesgos.
Votar es ciertamente un acto que compromete menos adrenalina que protestar, pero de consecuencias más profundas.
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