(Ilustración: Alfredo Bullard)
(Ilustración: Alfredo Bullard)
Alfredo Bullard

es un país maravilloso. Es donde se originó la cultura occidental. Toda clase de filosofía comienza con Sócrates, Platón y Aristóteles. Muchos lo consideran la cuna de la democracia. Su arte y arquitectura tienen influencia innegable hasta hoy. Las tragedias griegas siguen interpretándose en teatros a lo largo de los cinco continentes. Sorprende el nivel de desarrollo que alcanzaron hace casi tres milenios.

Estuve con Cecilia, mi esposa, en Grecia. Increíble. Una cultura muy especial. Los griegos tienen una alegría particular, muy latina. Pero no pierden oportunidad para quejarse de su país, de su destino y, sobre todo, de su presente.

Visitamos Delfos, la sede del oráculo más famoso de la historia. Otra maravilla por lo que fue y por su significado.

Nos tocó como guía una persona particularmente interesante. Dimitra Makridou no se limitaba a reseñar datos y contar historias de la antigüedad. Atravesaba sus relatos con profundas reflexiones sobre el significado de la religión griega, la trascendencia de la historia, sobre cómo la cultura griega influye en lo que somos. En algunos asuntos era crítica del pasado griego y de lo que realmente significaba.

En un momento se produce el siguiente diálogo: “Los griegos deben estar muy orgullosos de todo esto que tienen: su cultura, su arte, su historia”. Dimitra hizo un gesto escéptico: “En realidad, ese es el problema. Sí nos sentimos orgullosos. Demasiado. Y entonces los griegos nos conformamos con lo que fuimos, cuando en realidad solo deberíamos sentirnos orgullosos si nuestro presente fuera como nuestro pasado. Pero no es así”.

Efectivamente. Lo que fue sede de la cultura más importante de la antigüedad acoge hoy a uno de los países más problemáticos de Europa. La crisis griega ha zamaqueado las bases de la . Es un país con institucionalidad débil y baja responsabilidad fiscal. Su población reclama ácidamente el derecho a ser subsidiado por el resto de la unión. Sus políticos son acusados de irresponsabilidad y corrupción. Ocultaron por años la magnitud de la deuda pública que en el 2009 llegó a ser 126% del producto bruto interno (para tener una idea, en el Perú ese porcentaje bordea el 25%, que es alto).

En solo ocho años, su PBI se ha reducido en 46%. Se ha destruido uno de cada cinco empleos. En el 2015, aplicaron un ‘corralito’ a la argentina para frenar la fuga de depósitos (una forma de expropiación del derecho de los ciudadanos sobre sus ahorros).

Todo esto se da en un contexto en que la población reclama que siga aumentando el gasto y que los derechos sociales se financien con irresponsabilidad fiscal, empujando un círculo vicioso de demagogia y pobreza. Atrás quedó la frase de Pericles, el gran impulsor de la democracia ateniense: “Entre nosotros, no es motivo de vergüenza para un hombre reconocer su pobreza, pero lo que sí es causa de una gran vergüenza es no hacer todos sus mejores esfuerzos para evitarla”.

Dimitra nos decía que el orgullo por el pasado nos hace pensar que tenemos derecho a no esforzarnos en el presente. Y ese es justo el problema.

Recordé cuando estaba en el colegio durante el gobierno militar. Todos los años nos enseñaban lo mismo: los preíncas y los incas. Luego un poquito de la Colonia (para decir que los españoles destruyeron la gran cultura incaica) y la independencia. Después, bien gracias. De nuestra inestable, corrupta y tragicómica República casi nada. Una autocensura motivada por la vergüenza.

Recuerdo además a la profesora diciéndonos: “Somos peruanos. Siéntanse orgullosos de ser herederos de una gran cultura”. No era orgullo de lo que somos, sino de lo que fuimos. Un chico norteamericano en la clase dijo que no era peruano y la profesora replicó: “Qué pena, eres heredero de una cultura muy pobre: los pieles rojas”. Para la profesora, la comparación del presente de Estados Unidos con nuestro vergonzante presente no era relevante.

Ser parte de uno de los pocos países de cultura milenaria del mundo no parece ser tan buena cosa. Nos hace ser complacientes y con derecho a exigir los beneficios de una herencia que no ganamos. Y es que en realidad no somos lo que fuimos. Somos lo que somos.