Carmen McEvoy

En el último episodio del podcast , rememoro una frase de José Faustino Sánchez Carrión. “En una monarquía seríamos excelentes vasallos, mas nunca ciudadanos”. Palabras con las que el redactor de nuestra primera mostró que la independencia, más allá de una ruptura política, fue una apuesta existencial. El intento por redefinir una identidad nueva, una decisión que obligaba a romper con las viejas taras arraigadas durante 300 años de sometimiento a una corte virreinal. La expresión del fracaso rotundo de este proceso de “descolonizar” las costumbres, que avizoran los primeros republicanos, hoy nos interpela. Ciertamente, a 200 años del triunfo en , un cómico es el operador de un viejo sistema prebendario que premia la amoralidad y la falta de escrúpulos. En medio de una innegable debacle nacional, trato de imaginar cómo hubieran reaccionado aquellos hombres educados en las humanidades al ver la tramoya armada por un proxeneta que logró, valiéndose de la teatralidad –un trono cubierto de purpurina y disfraces ridículos–, transitar por los vericuetos de un poder corrupto.

“Ciudadano Chibolín”, por Carmen McEvoy (ilustración: Víctor Aguilar Rúa)
“Ciudadano Chibolín”, por Carmen McEvoy (ilustración: Víctor Aguilar Rúa)

El ”, también conocido como , representa la degradación absoluta de los valores ciudadanos, además del veloz ascenso social donde una educación precaria fue compensada con la sed insaciable por reconocimiento mediante el dinero mal habido. La fórmula del “Prada o nada” enunciada por una de sus dos hijas ‘influencers’, quienes pasean por Rodeo Drive sin preguntarse por el origen de sus miles de dólares. Tal y como ocurre con los ‘nepo babies’ de esa boliburguesía venezolana que quebró a un país riquísimo, petardeando, de pasada, todas sus instituciones. Y es que este modelo de movilidad social, donde un cielo poblado de es el límite y la rapacidad rayando en lo patológico, viene ocurriendo en toda la región. Su mensaje es claro y transparente: el trabajo honesto es para los tontos, ahora víctimas del que apuesta abiertamente por el modelo Chibolín. Una de cuyas réplicas regionales es , un famoso abogado penalista , experto en componendas del más alto nivel, que solicitó “cuatro ucranianas, tres polacas y dos argentinas en pelotas”, además de un yate y varios kilos de langosta. Y luego llevar a cabo los arreglos requeridos en los múltiples escenarios por donde este antiguo miembro del se supo desplazar con enorme destreza. Y qué decir del expresidente un depredador sexual, además de abusador de la esposa y facilitador de negocios turbios, sentado hasta hace muy poco en el sillón de Manuel Belgrano. Trayectorias diferentes con una lógica similar: me llegó mi turno de satisfacer mis apetitos desenfrenados y el resto que se aguante.

¿Es el “ciudadano Chibolín” producto de dos décadas de estropicios políticos y de neoliberalismo sin contrapeso ético alguno? Hay algo de eso, pero la respuesta es mucho más compleja. Ahora que se hace evidente que vivimos en un ciclo aurífero, basado en la depredación incontrolable de nuestro hábitat natural por una criminalidad empoderada políticamente, vale la pena regresar a otro ciclo (el guanero) donde se levantaron inmensas fortunas de la nada. Tomando en consideración ese otro contexto histórico, cabe recordar a otros “chibolines”. Pienso en los especuladores de todo pelambre involucrados en el escándalo de la consolidación de la deuda, quienes compraron títulos de nobleza en o, mejor dicho, maridos aristócratas para sus hijas, vecinas de una frívola y ostentosa. Respecto de esta suerte de era “prechibolinesca” –caracterizada por la fantasía aristocrática, el acomodo a nuevas oportunidades de enriquecimiento ilícito y el dispendio ilimitado–, cabe volver a las proféticas palabras de José María Samper antes de dejar Lima en 1860 y a esas otras, más recientes, del gran El político colombiano señaló que una república como la peruana, donde abundaban “los humos aristocráticos” y primaba el “goce y deleite”, estaba condenada a ser gobernada por los “más audaces”. Marcado por la “maldición” de su riqueza aurífera, el Perú –servil, sin virtudes y odio a la inteligencia– no logró establecer, de acuerdo con Porras, la república soñada. En medio del profundo dolor que nos produce el incendio de nuestros bosques, muchos seguimos trabajando y deseando lo mejor para la patria.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Carmen McEvoy es Historiadora