Hay quienes piden una nueva Constitución. Plantean quebrar el orden constitucional vigente. Quieren empezar de nuevo.
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/ OpiniónBasada en la interpretación y juicio de hechos y datos hechos por el autor.
| Opinión
Hay quienes piden una nueva Constitución. Plantean quebrar el orden constitucional vigente. Quieren empezar de nuevo.
Creen que el desorden moral y la degradación política actuales son resultado de la Constitución.
La mayoría eligió un mal Congreso en el 2016. La mayoría eligió un mal Congreso en el 2020. Por intervención de la Providencia elegiría bien una asamblea constituyente.
Las malas elecciones no son solo responsabilidad del electorado. Son resultado de un mecanismo electoral centrado en el cumplimiento formal de trámites y documentos. Descuida el sistema de incentivos creados para que postulen delincuentes, corruptos e irresponsables.
Tenemos que cambiar el sistema de elección de la representación nacional. En el 2018 se hizo un cambio constitucional para la reforma política. Esos cambios no han terminado de probarse.
No tiene sentido cambiar toda la Constitución si buscamos cambiar instituciones constitucionales. No tiene sentido porque se debe cambiar lo que funciona mal en lo que funciona mal.
No hay forma de cambiar lo que funciona mal si no es sobre la base de la experiencia. ¿De qué habrá servido la experiencia si no podemos modificar lo que en ella funcionó mal?
Ningún progreso habría sido posible en la ciencia si en cada experimento el científico hubiera arrasado con todo sus tubos y probetas. El científico aísla, separa y cambia. Solo así va encontrando qué elemento es determinante.
Lo mismo sucede en la política. Si echamos abajo todo lo que hay de experiencia, tendremos que empezar de nuevo: a probar de nuevo, a fallar de nuevo, a ensayar de nuevo.
El problema con un cambio total es que no nos da luces sobre qué elementos habría que cambiar, en qué y cómo. “Cambiemos todo, nada sirve” se parece, más bien, a una pataleta.
Quienes quieren cambiar la Constitución buscan, en realidad, un emblema. Quieren derribar “la Constitución de Fujimori”. De paso, quieren poner su propia constitución.
La del 93 no es la Constitución de Fujimori. Fujimori no tenía idea de lo que es una Constitución ni quería una Constitución que le atara las manos.
La convocatoria al Congreso constituyente fue una condición de la OEA para el reconocimiento del gobierno de Fujimori. Si la OEA hubiera sido principista, muy probablemente Fujimori habría caído en no mucho tiempo.
La Constitución de 1993 no surgió del libre albedrío de Fujimori, sino, más bien, a pesar de Fujimori. Participaron grupos como el Movimiento Democrático de Izquierda, el Frente Nacional de Trabajadores y Campesinos, Unidad Democrática, entre otros.
Esa Constitución permitió declarar la vacancia de la presidencia de Alberto Fujimori.
Bajo la Constitución de 1979 los gobiernos de Belaunde y García manejaron una economía hiperinflacionaria, deficitaria, burocrática e internacionalmente desplazada. Con esa economía no habríamos podido, por ejemplo, atender la pandemia, dar bonos o comprar las vacunas.
Hubo mucho sacrificio del pueblo peruano para recuperarnos de una inflación de 7.650%. Costó mucho sufrimiento pasar de un nivel de pobreza extrema de 26,8% en 1990 a una de 2,8% en 2018.
Plantear una nueva constitución es echar por la borda estas experiencias y estos sacrificios. Es como partir de cero.
No podemos invocar el poder creador de los nuevos legisladores. No será maravilloso, santo, impoluto, providencial.
No vendrán ángeles. Mientras no reformemos el sistema electoral, nada cambiará.
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