(Foto: Archivo).
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Diego Macera

En la escala nacional de principios, hay pocas cosas que los peruanos valoremos más que “ser camiseta”. Entendido como análogo a lealtad y esfuerzo por una causa, como estar ahí en las buenas y en las malas, los peruanos apreciamos a quien es camiseta en cuestiones como la organización donde trabaja, la región y el país de donde proviene, y –de una forma un tanto más literal y más dramática– su selección de fútbol.

Pero no todas las camisetas son iguales ni pesan lo mismo. De hecho, desde la política y el manejo de las cuestiones públicas, es común ver a gente siendo muy camiseta, pero del equipo equivocado. Esta es una breve reflexión sobre los cinco tipos de camiseta que se pueden usar en política.

La más pequeña, la de menor peso, es la camiseta del líder político, de fidelidad a la persona. El requerimiento de lealtad a alguien poderoso como el fundador del partido, el congresista o el mismo presidente de la República es muy común. Estas camisetas personales suelen ser también las más débiles –podría bastar que alguien reemplace en el puesto de poder al antiguo líder para que cambiemos de filiación–, y en varios casos quienes las usan están esperando la primera oportunidad para destacar en su propio juego antes que como miembros del equipo.

La segunda camiseta, una más amplia, es la del partido político. Si los militantes y dirigentes de cada partido no son camiseta, difícilmente la organización tendrá futuro. Pero de ahí a entender la política como un constante “nosotros contra ellos”, sin siquiera tener temas de fondo sobre los cuales estar en desacuerdo, hay mucha diferencia. A pesar de la alusión a las camisetas, la política no es un partido de fútbol. En el sistema estadounidense, la elección de ha atizado la polarización de la sociedad, pero cuando menos existen –de verdad– varios temas sustanciales en los cuales ambos partidos políticos están en desacuerdo –los tributos, la salud, la educación, los programas sociales, etc.–. La crispación política local entre el Gobierno y , en contraste, es una polarización vacía.

Pasando a ligas mayores, hay otros dos tipos de camiseta con mucho más peso: la institucional y la ideológica o de convicciones. La primera la usan los políticos que se fajan genuinamente por entidades o conceptos con nombre propio: el Poder Judicial, la Constitución del 93, la Ley Orgánica del BCR, etc. Aunque mucho más valiosa, el riesgo de esta camiseta es que sea reticente a modernizar las instituciones cuando las circunstancias lo demandan: las instituciones concretas sirven a un fin, no son un fin en sí mismas. El fetichismo de los estadounidenses con su propia Constitución es un ejemplo patente.

La camiseta ideológica guarda también un peso especial. Hay quienes están absolutamente convencidos de que el libre mercado es por lo general la mejor forma de organizar la economía, y hay los que opinan totalmente en contra. Hay quienes piensan que el proceso de descentralización ha sido un fracaso, y otros creen que se necesita profundizarlo aun más. Son estos desacuerdos legítimos los que, a fin de cuentas, debieran permitir que el diálogo político desemboque eventualmente en soluciones eficaces. Pero aquí a veces se corre el riesgo de tomar el juego de camisetas demasiado en serio y en contra de lo que la evidencia y el sentido común sugieren. Está bien ser camiseta ideológica, luchar por las convicciones, pero no al punto en que se haga imposible reconocer las limitaciones y errores propios. A veces, el otro puede tener razón.

Finalmente, en política, las únicas camisetas que deben funcionar como fines en sí mismas son las de los grandes valores u objetivos finales como sociedad: la seguridad, la libertad, el desarrollo económico y social. El hecho de que, por orden y pragmatismo, nos organicemos políticamente alrededor de idearios, instituciones, partidos y, por último, personas no debe hacernos olvidar que, viéndolo realmente con atención, estamos todos en el mismo equipo.