Mario Ghibellini

Las ideas geniales se conocen a primera vista. De solo leer en las redes el anuncio del de Surco, , sobre el decreto que había firmado para erradicar de su distrito la actividad de los limpiadores de lunas “ha raíz” (sic) de ciertos hechos de violencia ocurridos en la capital, uno ya sabía a qué atenerse.

El problema al que la iniciativa pretende ponerle fin es, por supuesto, real. La pavorosa historia del ‘limpiaparabrisas’ que asesinó a un conductor porque este no aceptó sus servicios es como para hacer sonar todas las alarmas sobre una situación que hace tiempo tiene a la gente que maneja por la ciudad en jaque. Porque bien sabido es que, sin llegar a ese extremo, cotidianamente se producen en Lima episodios de extorsión asociados a la práctica que el decreto de alcaldía busca desterrar. El individuo que, trapo en mano, se acerca a la ventanilla del chofer detenido frente a un semáforo está planteando muchas veces una de esas ofertas imposibles de rechazar que la película “El Padrino” popularizó hace más de 50 años; y es, por cierto, responsabilidad de las autoridades poner coto a semejante amenaza. La medida que Bruce se ha sacado de la chistera para el efecto, sin embargo, está lejos de constituir una respuesta adecuada a ese severo incordio. Y lo más probable, en verdad, es que lo empeore.


–La agonía y el éxtasis–

La fantasía de que la prohibición de una conducta indeseada va a hacer que esta desaparezca es tan necia como la que postula que la colocación de determinadas afirmaciones en un texto constitucional hará que su contenido se materialice como por arte de magia. Poner en letras de molde en una nueva Carta Magna, por ejemplo, que “toda persona tiene derecho a una vivienda digna” no ocasionará que tales viviendas comiencen a brotar espontáneamente en el territorio nacional. Eso hasta Verónika Mendoza lo sabe en su fuero interno. Pero hacerles creer por un rato a los incautos que así es como las cosas funcionan suele brindar un cuarto de hora de fama entre los futuros electores. Y los políticos en busca de alcanzar o conservar una cierta dosis de poder son capaces de sacrificar todo trazo de racionalidad a cambio de ese agónico instante de éxtasis.

Proscribir “la actividad de los limpiadores de lunas y lavadores de carros en la vía pública”, como quiere el alcalde de Surco, supone disponer de un enorme contingente de policías y serenos dedicado a reprimir a quienes no respeten la disposición. Policías y serenos que, tal como están las cosas en ese distrito y en toda la ciudad, no se dan hoy abasto para combatir todas las, digamos, otras actividades que ya estaban prohibidas desde antes: el robo, el raqueteo, las violaciones, el sicariato, la comercialización de drogas, los ajustes de cuentas entre mafias antagónicas, etc. Así las cosas, ¿quiénes cree usted que terminarán imponiéndose en esta batalla desigual? ¿Las rebasadas fuerzas del orden o las decenas de miles de individuos que han encontrado en las tareas ahora perseguidas una forma de subsistencia en medio de la miseria que los agobia?

En el como del delirio burocrático, además, el decreto de ‘Techito’ establece una multa de S/1.732 para los que realicen las mencionadas “actividades comerciales” y –esto es lo mejor– una de S/495 a cualquier propietario de automóvil “por realizar […] el lavado de su vehículo en la vía pública”. Es decir, que si usted, a título personal y sin riesgo de ser extorsionado por un falso lavacarros, decide echarle un poquito de agua a su parabrisas en la puerta de su casa se estará jugando las compras de la semana.

El colofón a tan luminosa propuesta, por otra parte, lo provee el hecho de que, al criminalizarse una actividad en principio legítima (como la de pasarles un guaipe húmedo a las carrocerías o lunas sucias), lo que se consigue es empujar a quienes la cultivan dentro del umbral de lo delictivo. Y una vez que ya están fuera de la ley, lo más probable es que muchas de esas personas se sientan tentadas a dedicarse a menesteres igualmente ilegales, pero más lucrativos, como el asalto, el ‘paqueteo’ o la ‘monra’. Un detalle que, como anotábamos antes, conducirá sin atenuantes a un empeoramiento de la situación de inseguridad que padecemos en la capital y en todo el país.


–Yo lo descubrí–

Lo más penoso de todo es que la genialidad del burgomaestre de Surco ha encontrado rápidamente acogida en otros de la ciudad, empezando por . La máxima autoridad municipal metropolitana ha declarado, efectivamente, que pedirá que la prohibición de marras “se apruebe como Ordenanza o Acuerdo del Concejo en próxima Sesión de Alcaldía”; y con eso, al parecer, ya nadie para a Lima en su camino a convertirse en potencia mundial.

Nada compite en patetismo, no obstante, con la angustia del alcalde de Magdalena, , por aclarar que fue a él a quien primero se le ocurrió tan sandio remedio para el mal que nos ocupa. “En enero de este año se prohibió la guardianía y el lavado de carros”, proclamó en una entrevista radial durante esta semana. Y luego se quedó callado por un momento, como saboreando en su mente la imagen de una improbable miríada de autos mugrientos circulando para siempre por su distrito.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mario Ghibellini es periodista