La gran interrogante que trae la designación de Ana Jara en la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM) es si esta va a estar confiada enteramente a ella, como no ha ocurrido con ninguno de sus predecesores.
Algo más: sería bueno saber también si desde esta posición de confianza Jara podrá hacer precisamente de la PCM lo que no pudieron hacer ni Lerner ni Valdés ni Jiménez ni Villanueva ni Cornejo: una jefatura de gobierno del día a día que le permita al presidente ejercer, en mayor tiempo y resultados, la jefatura del Estado, que está muy venida a menos.
Durante las gestiones de Juan Jiménez y de César Villanueva la PCM pasó a constituir un poder cautivo en las virtuales manos de la primera dama. La renuncia de René Cornejo y su reemplazo por Ana Jara abre ahora la disyuntiva respecto de si Nadine Heredia decidirá finalmente desprenderse del todo o parte del control del gobierno del día a día o mantenerlo plenamente, con una nueva primera ministra dedicada solo a los fines y medios de una vocería política ad hoc a las sucesivas coyunturas.
Lo ideal de la PCM en nuestro sistema presidencialista es que tenga peso real y efectivo. Y que quien la ocupe, sea, de verdad, después del presidente, el segundo o la segunda de a bordo del gobierno. De esto fueron conscientes en su momento gobernantes como Alejandro Toledo y Alan García. El primero tuvo a pesos pesados (más allá de la balanza) como Roberto Dañino, Luis Solari, Beatriz Merino, Carlos Ferrero y Pedro Pablo Kuczynski. En el primero y último tramos del régimen aprista, Jorge del Castillo y Javier Velásquez Quesquén fueron claros ejemplos de gestiones de Gabinete muy gravitantes.
Lo que no se puede hacer con la PCM es reducir su poder gestor y coordinador potencial y de indiscutible impacto público a un control doméstico, prácticamente cautivo del Gabinete, como se ha hecho en los últimos tiempos, bajo el manto influyente de la primera dama. Ya primeros ministros protagónicos como Salomón Lerner y Óscar Valdés tuvieron serios problemas justamente por tratar de rescatar ese poder gestor y coordinador de la PCM.
Nadine Heredia no puede hacer de la PCM más de lo que ha sido hasta hoy: su coto de poder en la sombra, en desmedro del papel que constitucionalmente tendría que jugar este organismo como pieza fundamental del ejercicio presidencial pleno. Se sobrentiende esta injerencia como el gran obstáculo del desempeño de todo aquel que llega al cargo, como Ana Jara ahora, para probar cuánto resiste en él.
Toca pues a Ana Jara pasar por la otra prueba: por la del privilegio de liberar a Nadine Heredia de esa intromisión y hacerse cargo a plenitud de la PCM, con su autonomía e independencia, y demostrar que “sí se puede” hacer un gobierno del día a día, a plena luz, legal y constitucionalmente efectivo.
Con todo el poder con que Jara llega a este importante puesto, podría darse el lujo de influir singular y positivamente sobre la pareja presidencial, antes que acabar disuelta en el desgaste.