Nuestra crisis política es de larga data. No creo recordar una época de mi vida profesional en la que la palabra ‘crisis’ no haya sido usada para describir la realidad política del momento.
Durante el período del auge económico de los primeros 15 años del siglo XXI, no se la negó, pero se prefirió pensar que podían ir por cuerdas separadas. El resultado electoral del 2016, que dejó en minoría al Ejecutivo frente a un Congreso que no le dio tregua, marcó un nuevo momento de deterioro. Cuatro presidentes y dos congresos lo resumen muy bien.
Aun así, nadie podía suponer que llegaríamos a los niveles en los que Pedro Castillo ha colocado al país: desgobierno, clientelismo, mediocridad y corrupción se quedan cortos para describirlo.
Esta crisis no se inicia con Castillo y probablemente no vaya a terminar con él. Pero sus 14 meses de presidencia nos han llevado a abismos antes inimaginados.
¿Cómo se sale de un hoyo tan profundo? Una visión comparativa indica que, en algunos lugares, una refundación constitucional abrió un camino (Colombia en 1991, por ejemplo). Nada más lejano de la realidad peruana, donde la demanda viene exclusivamente de la izquierda radical y no para construir nuevos consensos. No hay los votos en el Congreso y todos los intentos por llenar de gente las calles demandándolo han sido un fracaso rotundo.
Una característica particular y especial de la crisis peruana es que se da solo en las alturas del poder y no por indiferencia de la gente, la que tiene una opinión muy mayoritaria a favor de que esto termine ya. Pero mientras no haya multitudes exigiéndolo, la disputa va a ser solo en las alturas del poder.
Habría que descartar también opciones golpistas. A los que quieren una salida autoritaria cerrando el Congreso, habría que recordarles que la realidad es radicalmente diferente de cuando sucedió el autogolpe de Fujimori en 1992. No me explayo en todas las razones, pero habría que tener una mente muy alucinada para imaginar la escena del general Williams Zapata siendo sacado a la fuerza de la presidencia del Congreso por un oficial del Ejército. Los militares no se van a prestar tampoco a una aventura en el sentido opuesto, pues saben bien que los cantos de sirena los llevarían al naufragio.
En resumen, mientras no haya el factor “ciudadanía movilizada”, todo depende de lo que ocurra en el Congreso.
Y no hay salida fácil, ni menos aún perfecta. La opción de elecciones generales, previas reformas políticas con las que se podría abrir (subrayo el condicional) una etapa mejor en la política peruana, me parece en principio la mejor (he firmado apoyándola). Pero es ingenuo pensar que se va a convencer a un Congreso elegido para cinco años de que se inmole para solucionar una crisis a la que ellos han contribuido, pero cuya responsabilidad central es de Pedro Castillo.
Quienes legítimamente prefieren esa opción, no debieran cerrarse a que es eso o nada. Esa sería una complicidad involuntaria con Castillo.
Si el Perú fuera un laboratorio que permitiese explorar con todo el tiempo del mundo la fórmula perfecta y los peruanos fuésemos ratones cuya vida no nos importa, se podría esperar indefinidamente.
Así las cosas, la opción que podría ser viable es la vacancia por incapacidad moral; e, insisto, si Castillo no la merece, borremos el artículo de nuestro texto constitucional.
Nos dicen que hay avances significativos en su redacción y que habría 80 de los 87 votos, pero aún si fuese ese el caso habría que intentarlo.
Así solo sea para mandar un mensaje de que su suerte está solo a siete curules de distancia de acabar y exponer a los topos al escarnio público, se justificaría.
Pero, también, porque la realidad se mueve rápidamente. Pese a la grosera obstaculización de la justicia, la fiscalía acumula evidencias cada día y seguramente en las próximas semanas nuevas y más graves revelaciones se conocerán.
Los 94 votos para censurar a Geiner Alvarado por estar sindicado como parte de una organización criminal que, según la misma tesis, dirige personalmente el presidente de la República son un indicador de que puede haber cambios.
Algunos (‘los niños’) se pueden dar cuenta de lo peligroso de seguir jugándosela por Castillo y que su conducta alienta la hipótesis de que ellos incurrieron en delitos, algo que ya se investiga en fiscalía.
Por ahí los de Perú Libre comienzan a pensar que la permanecía del chotano que los traicionó les termina causando más problemas que beneficios. O, quizás, algunos de Juntos Por el Perú cobren consciencia de que su asociación hasta el final con la corrupción en el poder es ya demasiada.
Los que no van a cambiar son los de la Bancada Magisterial (los Fenatep) y Perú Democrático, de Guillermo Bermejo. Ellos comparten el tener un acceso enorme a los beneficios del poder, algo que nunca volverían a conseguir.
De ellos, uno puede anticipar que, si Castillo, sintiéndose culpable de que Yenifer esté en la cárcel, reconoce su culpabilidad, dirían: “no, señor, no es suficiente, son solo sus dichos”.