La aprobación por el Congreso del séptimo retiro de las AFP con una abrumadora mayoría de 97 votos debería convertirse en un caso de estudio en un doctorado de ciencia política o de psicología social. La categoría “populismo” para explicarla se queda muy corta. Porque, para comenzar, solo cotizan a las AFP alrededor del 20% de los peruanos. Pero el 20% formal, de mayores ingresos, privilegiado.
Más aun, ni siquiera estamos hablando de un 20%, porque luego de seis retiros resulta que, a junio del año pasado, el 82% de los afiliados ya había retirado todo su fondo o le quedaba menos de una UIT. Es decir, apenas un 3,6% de los peruanos podrán retirar una cantidad algo significativa, y en la mayor parte de los casos mucho menor a S/20 mil. Y son los que tienen más ingresos y que, por eso, les queda aún dinero en sus cuentas previsionales.
Populismo para los ricos, en suma. ¿Cómo se explica entonces? Hubo hasta expresiones de algarabía revolucionaria, como si hubieran tomado la Bastilla. Quizá un inconsciente colectivo socialista, que ha llevado a la demonización de las AFP. Serían el símbolo de la acumulación capitalista a costa de los afiliados. Pero resulta que la rentabilidad de los fondos de las personas ha sido en promedio un 10% por año. Es decir, el monto final de quien se retira tiene más de intereses que de sus aportes. Gran negocio para el afiliado, con una rentabilidad mucho mayor que un fondo mutuo, por ejemplo.
Pero era una ocasión entonces para gozar de la íntima satisfacción de un simulacro de redistribución de la riqueza con la coartada de que se trata de los fondos de las propias personas. Si se rompía el principio mismo del ahorro previsional y se dejaba a las personas sin pensiones y se activaba con eso una bomba de tiempo fiscal porque al final será el Estado quien tendrá que hacerse cargo de todos, sin capacidad de hacerlo, quebrando al país, ese ya no es mi problema. Sino el de mis hijos.
Quizás el tamaño enorme del fondo total acumulado haya impresionado y entonces había que saquearlo, aunque fuera de los propios aportantes. Llegó a ser cercano a los S/180 mil millones, de los que un porcentaje importante eran intereses ganados gracias a las inversiones hechas. Lo extraordinario era que por primera vez en su historia el Perú acumulaba un ahorro nacional que le permitía financiar su desarrollo, vía inversión pública y privada. Cada retiro, sin embargo, destruye el mercado de capitales. Las AFP deben vender los bonos y acciones emitidos por las empresas o las asociaciones público-privadas para financiar proyectos, y el valor de esos papeles y de las propias empresas se deprime. La gran fiesta de la destrucción del ahorro nacional.
Mientras tanto, se anula el único sistema que permitiría, vía el aporte de parte del IGV en el consumo, incorporar al 70% de los peruanos que están fuera. Pero los informales, los más necesitados, no interesan. Solo el poder de destruir. Nada más.