La presidenta Dina Boluarte ha dicho que su renuncia no está en juego porque no va a ceder al chantaje de un sector mínimo de la población que pide su salida. El Congreso, haciéndole nefasta comparsa, ha rechazado todas las propuestas para un adelanto de elecciones. Algunos argumentan que eso sería darle el triunfo a los violentistas que están sembrando caos en el país. Otros sostienen que no se pueden ir sin hacer reformas. Y están los que se niegan a aprobar nada si no viene con constituyente bajo el brazo.
Las razones para no empezar a hacer el equipaje son variadas, pero a los “quedados” los une un mismo sentimiento: están dispuestos a interpretar la realidad a su antojo y elaborar cualquier argumento para atornillarse al puesto. Obviamente un tema tan complejo como el adelanto de elecciones requiere análisis y debate. Las instituciones y las reglas sobre las que se rige una sociedad tienen que trascender a las coyunturas y no pueden zarandearse cada vez que se nos antoja. Pero es verdad, también, que toda norma puede ser revisada cuando hay una urgencia que resolver, cuando estamos ante una emergencia. ¿No son 62 muertos suficientes para declararnos en emergencia? ¿Acaso no está preso el presidente por haber hecho un golpe de Estado? ¿No se ha desmantelado una red corrupta que estaba enquistada en el Ejecutivo al que también pertenecía Dina Boluarte? ¿No sigue decidiendo nuestro futuro un Congreso plagado de representantes que canjearon sus votos por obras o prebendas?
Las reglas están hechas para que las autoridades pongan orden y gobiernen un país, pero cuando las autoridades devienen en delincuentes y utilizan las reglas para blindarse llegamos a este punto muerto, extenuante, en el que nos encontramos. A estas alturas, creo que respetaría más a quien reconociera que no se quiere largar porque no le conviene y punto, a tener que seguir escuchando tanta sandez.
La señora Boluarte es capaz de reducir el reclamo de más del 70% de la población que quiere que se vaya al “chantaje de un grupo mínimo” porque le teme a la cárcel que, casi de seguro, la espera cuando culmine su mandato. Todo su discurso sesgado de la realidad, en que ella es una especie de Juana de Arco que está liberando al Perú de las fuerzas del mal, no es más que un desesperado intento de armar una narrativa según la cual ella actuó como una jefa del Estado que mató terrucos y no como una presidenta que mandó a reprimir la protesta ciudadana con fuerza desmedida. Están los congresistas de izquierda que usan la constituyente como pretexto para no adelantar elecciones, cuando saben perfectamente que no tienen los votos necesarios, ni los van a tener, para impulsarla. La única posibilidad de que una constituyente prospere es que haya nuevas elecciones y que los ciudadanos elijan a nuevos representantes que saquen adelante esa iniciativa. Los que quieren hacer reformas antes de irse no solo buscan impulsar cambios que los beneficien a ellos, sino que quieren vendernos el cuento de que nuevas reglas mejorarán automáticamente la calidad de la representación. Los que se han vuelto fanáticos de la Constitución y no van a moverse hasta el 2026 porque así lo dice la Carta Magna, parecen haberse olvidado de que con esa misma Constitución querían bajarse a Castillo con acusaciones tan estúpidas como las de traición a la patria.
Como ciudadana ya no encuentro ni una buena razón para que este Congreso y la presidenta Boluarte se queden. Y no, no soy violentista, no he salido a marchar, jamás arrojaría una piedra contra nada ni nadie. Soy una peruana que pertenece al gran grupo de los hastiados que ya no tolera que se burlen en su cara.