Siempre impresionan los avistamientos de los “no contactados”, habitantes que, según Wikipedia, “no tienen contacto con la sociedad dominante” y que hoy se limita a un manojo de pobladores escondidos en la Amazonía. Tal aislamiento es chocante en un mundo que ha llevado la conexión a niveles extremos, y cuya religión son los derechos humanos con una excepción –la privacidad–. Pero la sorpresa mayor viene cuando se busca conocer a los peruanos del pasado y se descubre que, si hoy los “no contactados” no son ni un décimo del 1% de la población, en el momento de la fundación de la República la población no contactada éramos una vasta mayoría.
La comparación no es exacta. Del selvático de hoy sabemos casi nada mientras que hace dos siglos la “sociedad dominante” sí tenía registrado el nombre y la ubicación de la gran mayoría de los peruanos, pero era un “contacto” meramente instrumental, como el que tiene el ganadero con sus animales o el hacendado con sus bueyes o esclavos.
Buscando “contacto” con los peruanos del pasado pensé leer las impresiones registradas por visitantes extranjeros al Perú a lo largo de los últimos siglos, aprovechando el número y la variedad de esas publicaciones y una excelente bibliografía y guía publicada por Estuardo Núñez. Pero el ejercicio me resultó frustrante. Según Núñez, hasta las últimas décadas del siglo XIX los grandes viajeros “habían incidido principalmente en los datos y observaciones de la naturaleza [...] y solo en forma muy accidental o epidérmica les preocupaba la realidad del hombre”. Más allá de la geografía y de la vida natural, el interés de los viajeros se orientaba a los restos arqueológicos, a conocer sobre los grandes eventos y personajes políticos del momento y a descubrir oportunidades de negocio.
Pasando de los visitantes a figuras nacionales respetadas por su erudición y conocimiento de la nación me llamó la atención el libro titulado “Costa, sierra y montaña” de Aurelio Miró Quesada, que se aventuró a viajar por gran parte del territorio del país en las primeras décadas del siglo XX, fuente que le permitió redactar “un retrato entrañable del Perú”, según la presentación de Héctor López Martínez. Sin embargo, lo que veía Miró Quesada donde iba, no eran las personas allí residentes en ese momento, y menos aspectos de sus vidas cotidianas, medios de sobrevivencia, creencias o entretelones sociales y políticos. Además de la belleza de la naturaleza y de los restos arqueológicos, lo que Miró Quesada “veía” en cada lugar era el recuerdo de algún evento o personaje histórico asociado con la iglesia, el pueblo o puente al que había llegado, creando así un formidable panorama histórico-geográfico del país, pero casi sin referencia alguna a sus pobladores actuales.
Otra fuente para mi búsqueda de contacto con los peruanos del pasado fue la obra juvenil de Jorge Basadre, “La multitud, la ciudad y el campo”, título que sugiere una mirada no solo a los peruanos de la capital o adinerados sino a los diversos mundos y las poblaciones que hacían el Perú. Sin embargo, “la multitud” o “país profundo” no pasa de ser una abstracción, una categoría sin cara. Ciertamente la vasta obra de Basadre contiene referencias y luces que alumbran en algo las caras y la vida individual de los que integran esa multitud, pero la atención central está puesta en la gran política, el juego de tronos de los que dirigían o buscaban dirigir el Estado y sus instituciones. La “multitud” no figuraba en el elenco de la obra.
Hace cuatro décadas el historiador Eugen Weber revolucionó el conocimiento de la historia de Francia con su obra “De campesinos a franceses”. Weber explica que, hasta esa fecha, su concepto de la historia consistía en sucesos urbanos, políticos e intelectuales. El campo y los pueblos pequeños no pasaban de ser un apéndice de esa historia. El descubrimiento de la historia de un pequeño pueblo fue el gatillo para esa revolución en su propia concepción del desarrollo, sobre todo para comprender lo que significa el salto de un mundo aislado, cerrado, “no contactado”, al mundo moderno de alta conexión y contacto. Siguiendo esa pista, Weber se sumergió en las múltiples facetas del mundo rural de Francia, como la multiplicidad de idiomas que subsistían hasta el siglo XX, la tardía llegada de vehículos con rueda y el impacto central de los caminos, el crimen y la justicia local, y la llegada de colegios.
La historia peruana sigue una evolución similar, con la ayuda de antropólogos que aportan más preparación y disposición para descubrir las vidas de los que hasta ayer han sido parte de la gran masa, o “multitud”, de peruanos no contactados.