Hemos pasado siglos construyendo religiones y explicaciones para convencernos de que algo de nosotros trascenderá, viajará a otro mundo. Sin embargo, lo único que sabemos a ciencia cierta cuando tenemos que enfrentar la partida de un ser querido, es que solo nos queda su cuerpo, ese organismo helado, que ya no respira, que ya no nos puede apretar la mano. Esa figura a la que vestimos para colocar en una caja, esos huesos que cremamos para convertirlos en cenizas son lo único que nos permite decir adiós.
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