Usted está con unos kilos de más. El médico le dice que necesita adelgazar. No se siente bien y se agita al subir una escalera. Decide hacer una dieta estricta.
El primer día solo come ensaladas y agua. Sabe que vale la pena esforzarse. Pero a las tres de la madrugada se despierta con hambre. No aguanta la tentación y baja a la cocina, abre el refrigerador y se engulle (entre desesperado y avergonzado) los restos del pollo a la brasa con papas que su hijo dejó la noche anterior.
Al día siguiente hace esfuerzos para recuperarse de su momento de debilidad, pero por la noche le pasa lo mismo y se come las sobras no dietéticas que encuentra en el refrigerador.
Se siente débil. Busca en Internet y encuentra lo que necesita: un candado de refrigeradores con ‘timer’ que se cierra a la hora de dormir y se abre recién en la mañana. Lo compra para protegerse de usted mismo.
Estamos ante un sesgo cognitivo. Es llamado procrastinación. Es la tendencia de tomar decisiones satisfactorias a corto plazo sacrificando evidentes beneficios en el largo plazo. Comer genera un placer inmediato que nos hace sacrificar, a sabiendas, una vida más sana y mejor.
Ese sesgo se usa para justificar que el Estado tome coactivamente parte de nuestro ingreso y nos fuerce a ahorrar (en el sistema de seguridad social o por medio de las AFP). Considera que si deja ese dinero en su bolsillo no ahorrará, y por tanto no tendrá fondos cuando sea viejo.
Un sesgo cognitivo es la tendencia a tomar decisiones que, bajo cierta lógica, son consideradas irracionales. Hay muchos. Por ejemplo la tendencia a no cambiar lo que sabemos a pesar de que nos demuestren que es falso. La imposibilidad de percibir todos los elementos que nos rodean. El pensar que un bien nuestro vale más que el mismo bien cuando es ajeno. Y hay muchos más.
¿Son esos sesgos un defecto? En realidad, no. Buena parte tiene origen evolutivo. Son atajos que el cerebro ha desarrollado para ahorrarnos tiempo y energía en pensar. Si usted es un cavernícola rodeado de predadores y sin seguridad para conseguir alimentos, pensar en el largo plazo no es buena idea cuando hay que sobrevivir al día a día. Los individuos que se detuvieron a pensar qué hacer para llegar a viejos murieron devorados por un tigre dientes de sable. Lo mismo no les pasó a quienes actuaron para sobrevivir un día más. Evolutivamente, eso generó nuestro sesgo a procrastinar.
Ha estado en estos días en Lima Dan Ariely, autor de varios ‘best sellers’ sobre economía conductual. Su trabajo es interesante. Se ha dedicado a identificar y explicar estos sesgos, ayudándonos a entender qué son y cómo funcionan.
Pero la prolijidad de Ariely es asimétrica (quizás por algún sesgo cognitivo). De un brillante diagnóstico llega a una conclusión pobre y sin fundamento. Siempre termina diciendo que como hay sesgos hay que regular a las personas, limitando su libertad de decidir, pues, como dijo en una entrevista en este Diario (publicada el 13 de octubre) “…necesitamos asegurarnos de que la gente no haga cosas estúpidas”.
Lo contradicción de su teoría está en que para regular necesitamos también de decisiones de personas (políticos y reguladores) que están a su vez llenos de sesgos y tienen una gran capacidad para generar estupideces. Y con el agravante de no tener los incentivos que tenemos para manejar nuestra propia vida, pues los políticos y los reguladores deciden sobre la vida de otros.
Los sesgos existen y efectivamente nos hacen hacer cosas ilógicas. Pero ello no significa que la solución sea ponernos en manos de quienes hacen cosas más ilógicas. El Estado nos ha forzado a tener ahorros forzosos. Pero en Argentina, el gobierno les expropió los fondos de pensiones a los ciudadanos. Para “protegerlos” para que no procrastinen, los sesgos de los políticos les quitaron sus ahorros. Y en el Perú hemos pasado por una serie de decisiones políticas mamarrachentas que han distorsionado todo el sistema de AFP.
Ariely debería escribir un libro sobre los sesgos cognitivos de los políticos y reguladores. Son más dañinos que los de los particulares. Finalmente, nos quieren quitar el derecho a equivocarnos. Pero ese derecho no es otra cosa que nuestra propia libertad.