Han pasado 15 años desde la presentación de un libro extraordinario, “El abrazo invisible”, del desaparecido economista Esteban Hnyilicza del Instituto del Perú. Por su trascendencia, el estudio fue presentado ante el Congreso, pero, desde esa fecha, su relevancia se ha multiplicado.
Si imaginamos a la ciencia económica como un edificio, su primer piso sería la “mano invisible” de Adam Smith. Somos irremediablemente egoístas, decía Smith, pero la magia del mercado competitivo convierte esa energía individualista en más zapatos, más camisas y más alimentos para todos. La respuesta de Hnyilicza fue que el progreso de una economía exige algo más: una dosis de confianza en cuanto a lo que hará el otro. Como en un partido de fútbol, cada acción se basa en las reacciones previstas –acordadas o adivinadas– de los demás jugadores. También en la cancha de la economía, el avance económico exige una dimensión de conocimiento y de expectativa colectiva que va más allá de la mano invisible. Esa dimensión colectiva de la actividad empresarial constituye el “abrazo invisible” de Hnyilicza, y se produce en varias formas, algunas por la iniciativa planificadora del Estado, pero muchas enteramente privadas, como en el caso de las cooperativas, las comunidades indígenas, las asociaciones de productores y las cadenas de valor. En todas esas formas, la posibilidad y fuerza del “abrazo” dependen del grado de confianza mutua que existe en la sociedad.
Si bien la figura del abrazo es una excelente imagen, Hnyilicza señala que la idea de fondo se debe al mismo Adam Smith que en un libro anterior al de la mano invisible había realzado la importancia de la cooperación no competitiva para la economía.
En realidad, el concepto de la coordinación fue la primera semilla de lo que hoy se llama “la economía del desarrollo”. La idea fue anunciada por el economista polaco Paul Rosenstein-Rodan, que propuso la necesidad del “crecimiento balanceado”. En un estado de subdesarrollo, sostuvo, no se justifica ninguna inversión porque su rentabilidad depende de la existencia de otras inversiones inexistentes pero complementarias, para asegurar la provisión de insumos, de transporte y de otras necesidades complementarias. Era necesario, entonces, realizar todo en forma conjunta o “balanceada”, por lo que se requería del “abrazo” de un plan nacional o de acuerdos entre empresarios.
La mala noticia que nos dejó Hnyilicza es que el economista sabe menos de lo que cree. La confianza es un tema del sociólogo y del antropólogo, e incluso del político, cuyo arte consiste precisamente en transmitir ese valor. Ciertamente, los economistas han venido acogiendo algunas de las hipótesis de sus colegas de las ciencias sociales sobre la importancia de la cultura, la formalidad y las prácticas asociativas en la sociedad. Así, el sociólogo Putnam explicó el mejor desempeño económico del norte de Italia en comparación con el sur, y así algunos historiadores intentan explicar el retraso económico peruano. También las ideas del economista Michael Porter y de la OCDE resaltan el papel de la cultura asociativa, pero tienen poco que decir cuando se trata de recetar cómo exactamente se puede lograr una sociedad más “abrazadora”.
Los peruanos somos curiosamente esquizofrénicos en cuanto al calor de nuestro abrazo invisible. A veces celebramos la extraordinaria cultura comunitaria heredada de los incas y supuestamente mantenida en las comunidades rurales, y trasladada a las organizaciones urbanas. Pero, al mismo tiempo, lamentamos una generalizada falta de confianza en el otro y el colapso de muchas formas de asociación, como las cooperativas y los partidos políticos. Y son pocos los economistas que levantan la bandera del “abrazo invisible”, como propuso el exministro de la Producción, Piero Ghezzi, para crear mesas ejecutivas de coordinación entre empresarios y funcionarios.
Hace 63 años, el científico de la química y futurólogo Harrison Brown publicó el libro “The next hundred years”, en el que analizó las perspectivas para el desarrollo de los Estados Unidos. Luego de un análisis de aspectos tecnológicos y disponibilidad de recursos, concluyó con optimismo, pero la última frase de su informe fue: “el futuro de la sociedad industrial depende de si el hombre puede aprender a vivir con el hombre”.