“Podría suceder en esa medida que las dos grandes renovaciones o reformas que agitó delante de nuestros ojos el presidente Vizcarra –la del sistema de justicia y la de la calidad del ejercicio legislativo– terminasen siendo una decepción”. (Ilustración: Mónica González).
“Podría suceder en esa medida que las dos grandes renovaciones o reformas que agitó delante de nuestros ojos el presidente Vizcarra –la del sistema de justicia y la de la calidad del ejercicio legislativo– terminasen siendo una decepción”. (Ilustración: Mónica González).
/ Mónica González
Mario Ghibellini

Un decreto supremo publicado ayer en “El Peruano” oficializó lo que el presidente había ya anunciado un día antes: el 2020 será . Así, con mayúsculas arbitrarias y todo.

No parece haber sido una decisión fácil. Durante una visita al Cusco, el jefe de Estado reveló que la determinación había sido adoptada en Consejo de Ministros (a diferencia de la de cerrar el Congreso, que a todas luces fue una fruslería que no requería aprobación ni refrendo ministerial). La importancia de que el servicio de salud llegue en menos de doce meses a todos los peruanos, sin embargo, debe haber hecho que el nombre en cuestión se impusiera sobre cualquier otra propuesta.

Hay quienes afirman, por ejemplo, que un miembro del Gabinete habría planteado que el 2020 fuese llamado el “Año de las Aperturashiones Fashtuoshas” (una aparente referencia a las inauguraciones de algunas obras faraónicas que el gobierno tendría en agenda), mientras que la titular de una cartera ignota habría pujado más bien por la sobria fórmula “Año de la Emasculación”. Pero al final, dicen siempre los supuestos enterados, alguien habría hecho notar que, con aquello de la universalización de la salud, se podría promover la construcción de muchos hospitales como el regional de Moquegua y el debate quedó agotado.

¿Se puede creer en esas versiones? A nosotros, para ser sinceros, nos huelen a cuento, pero quién sabe…

De cualquier forma, la vocación por andar poniéndoles nombres a los años podría antojársele a usted vana. Y de hecho lo es. Pero hay gente que se toma la tarea muy en serio y eso merece una reflexión.


—Adivinanza china—

Ahí tenemos, por ejemplo, a los chinos que, con fines adivinatorios, les otorgan cíclicamente a los años denominaciones extraídas de un repertorio fijo de doce animales. Existen así, según ellos, el Año del Conejo, el Año del Buey y hasta el Año del Dragón. Y cuando se completa la serie, el conteo empieza de nuevo.

Cabe anotar que los años que rigen ese horóscopo son lunares (a diferencia de los que registra la cultura occidental, que son solares) y que, por lo tanto, el inicio de cada uno de ellos se produce en una fecha distinta.

El próximo 25 de enero, sin ir muy lejos, empieza para quienes participan de la cosmovisión china el Año de la Rata. Curiosamente, justo un día antes de que empiece para nosotros también, gracias , una nueva era. Es de suponer, claro está, que las coincidencias se detendrán en el detalle de las fechas.

Por otra parte, en lo que concierne al afán de bautizar oficialmente los años en el Perú, tenemos que decir que no nació con Vizcarra. Es una vieja costumbre, cuyos orígenes se pueden rastrear . Y, en ese tiempo, hemos tenido desde el Año de la Alfabetización hasta el Año de la Lucha Contra la Corrupción y la Impunidad, pasando por el Año de las Inversiones Productivas y el Año del Buen Servicio al Ciudadano. Nombres, en fin, que destilaban un optimismo que luego no necesariamente se vio reflejado en el balance de los 365 días que cada uno de ellos fue designando.

Pensemos, para graficar la idea, en el 2018. El nombre que se le asignó por decreto fue . Y si mal no recordamos, tuvo entre sus hitos más saltantes el intento de vacar a Kuczynski y el ingreso de Keiko Fujimori .


—Sueño sin presupuesto—

Se diría, pues, que los nombres que en nuestro país se dan oficialmente a los años cuando empiezan se asemejan a los cálculos de crecimiento económico, igualmente oficiales y anuales, que se hacen en esas mismas fechas. El 2019, por si alguien lo ha olvidado, arrancó con delirios del 4,2% y ahora en Palacio están rezando para que hayamos cerrado con 2,5%.

Quizás, entonces, lo que habría que hacer (si se quiere conservar la costumbre y dotarla al mismo tiempo de alguna dosis de realismo) es bautizar los años en diciembre y no en enero.

En ese sentido, ¿cómo lucen a estas alturas las probabilidades del 2020 de ser efectivamente el año “de la universalización de la salud”? No muy promisoras, la verdad. No solo porque la inclusión de los cuatro millones de peruanos que no recibe ese tipo de atención del Estado en el servicio ya existente es literalmente imposible, sino porque el presupuesto asignado al sector –asumiendo que sus administradores tuvieran la capacidad de ‘ejecutarlo’– no daría ni para empezar a soñar con ello.

Otras cosas, en cambio, se pueden anticipar para fines de este año a partir de lo que viene ocurriendo en sus primeras semanas. Por un lado, vemos que la ya demorada instalación de la Junta Nacional de Justicia exhibe problemas teñidos de nostalgia por aquellos que aquejaban al extinto Consejo Nacional de la Magistratura (contactos con personajes indeseables, plagios en tesis, evaluaciones cuestionables). Y por otro, nos aproximamos aceleradamente a una elección parlamentaria que a muy pocos interesa y caracterizada por una oferta de candidatos que promete una representación nacional que, aunque distinta a la anterior, desplegará sus propios encantos.

Podría suceder en esa medida que las dos grandes renovaciones o reformas que agitó delante de nuestros ojos el presidente Vizcarra durante la etapa primaveral de su gobierno –la del sistema de justicia y la de la calidad del ejercicio legislativo– terminasen siendo una decepción. Algo así como hermosos paquetes de regalo que, una vez abiertos, se descubren vacíos y solo nos dejan entre las manos un vistoso lazo. O si se quiere, un moño.

Puestos a buscarle un nombre al 2020 para finales del año, entonces, nosotros ya tenemos una propuesta.