"Los espacios concedidos al dengue, no obstante, resultan infinitamente menores en comparación con la amplia cobertura otorgada al coronavirus". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Los espacios concedidos al dengue, no obstante, resultan infinitamente menores en comparación con la amplia cobertura otorgada al coronavirus". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Hugo Coya

Desde la aparición del primer caso en Hubei, China, a fines de diciembre, el Covid-19 acapara las portadas de los en el mundo, incluyendo el Perú.

No es para menos. Bien decía Voltaire que “la salud es demasiado importante como para dejarla únicamente en manos de los médicos”, y cualquier enfermedad poco conocida que amenace con propagarse como una plaga de ribetes bíblicos merece la atención de los medios de comunicación para el conocimiento oportuno de la población.

Sin embargo, si nos dejáramos guiar por esta extraordinaria cobertura, podríamos concluir que estamos ante una epidemia cuyas devastadoras secuelas superan, incluso, a las de las enfermedades endémicas que desde hace décadas asolan nuestro país.

Craso error. Los datos y las evidencias científicas difieren de tal conclusión. Al menos por el momento.

Ni siquiera el avance sostenido en el territorio nacional y la llegada de una variante más agresiva de , denominada ‘Cosmopolitan’, ha merecido tal despliegue. En Loreto, San Martín y Madre de Dios se ha tenido que declarar emergencia sanitaria por la muerte de 11 personas y el registro de por lo menos 2.600 casos en lo que va del año.

Una situación gravísima. Los espacios concedidos al dengue, no obstante, resultan infinitamente menores en comparación con la amplia cobertura otorgada al coronavirus.

Si nos basamos en las informaciones disponibles, el 82% de quienes contraen el Covid-19 lo sufren como una enfermedad leve y apenas un 3% llega a padecerlo de forma crítica. También es cierto que existen dudas acerca de si estas cifras son fiables debido, fundamentalmente, a la inexistencia de mecanismos independientes que las corroboren en el país donde se inició el brote.

Según estadísticas oficiales, la primera causa de muerte en el continúa siendo la neumonía, seguida de los infartos cerebrales, la diabetes, los infartos cardíacos, la cirrosis, las enfermedades pulmonares, entre otras que suceden en lugares apartados.

¿Estamos pidiendo, entonces, que no se informe sobre el coronavirus o que se disminuya el volumen de noticias sobre el tema? De ninguna manera. Solo que los periodistas coloquemos, en aras de la verdad, los puntos sobre las íes y promovamos la separación de las aguas en medio del turbulento mar de las noticias falsas que surcamos a diario.

Noticias de una epidemia o de cualquier otro tipo deben tratarse en su real dimensión para que el público pueda tener una idea clara de lo que ocurre. Basta un ejemplo: una gripe estacional provoca el fallecimiento de entre 290.000 y 650.000 personas cada año en todo el mundo y, desde hace buen tiempo, ni siquiera de manera remota ocupa tanto espacio.

Claro, el actual panorama podría cambiar a medida que el Covid-19 no sea controlado, avance hacia a otros países, alcance al Perú y se confirmen las advertencias de la OMS de que representa una amenaza para la humanidad hasta llegar a infectar a dos tercios de la población del planeta.

No obstante, es necesario indicar que la OMS hizo una advertencia muy parecida cuando el mundo enfrentó la epidemia de la gripe AH1N1 y el ébola varios años atrás. Ahora –a la luz de lo que viene ocurriendo en diferentes países con casos de discriminación a personas de rasgos asiáticos y las experiencias pasadas–, la OMS decidió que a la nueva variedad de coronavirus se le denominara Covid-19, sin aludir a una zona del mundo.

Hay que reiterar que la labor de los periodistas no es especular o ponerse en el lugar de los expertos, sino apenas dar a conocer los hechos como corresponden, los que, en el caso de las epidemias, aparecerán cíclicamente con el avance de las migraciones y la interconexión del mundo.

La aparición de una enfermedad puede ser una gran oportunidad para explicar en palabras sencillas lo que sucede sin quedarse en la superficie, dejar sentado cuáles son las probabilidades contra aquello que está debidamente verificado, contrastar todo con información técnica, evitar la divulgación de chismes y rumores, reflexionar acerca de las carencias del sistema de salud y los riesgos del uso exagerado de los antibióticos.

Lo importante es tener siempre presente que, en un escenario de crisis, habrá numerosos conflictos éticos y que, por ello, se requiere estar más alerta que nunca acerca de cuándo –con la mejor de las intenciones– se está validando con la difusión un hecho falso o sesgado.

La mesura y responsabilidad resultan fundamentales en noticias como estas, porque la sensación que las personas poseen acerca los riesgos en temas de salud son originados, muchas veces, por los medios de comunicación y la exaltación innecesaria de hechos fuera de contexto.

Y para alarmas ya tenemos suficientes con tantos políticos catastrofistas como troles de todos los pelajes en las redes sociales. El buen periodismo no necesita recurrir a ello para hacer bien su trabajo. Todo lo contrario.

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