Nunca las estructuras de Gobierno y Estado han decepcionado tanto y tan traumáticamente a sus sociedades como en estos tiempos de crisis mundial por el COVID-19.
Y a falta de una cosa fundamental histórica: no saber alcanzar metas y objetivos de servicios esenciales.
Las reclamadas estrategias públicas no solo no han funcionado, sino que han terminado por convencer de que sencillamente no existen. El colapso generalizado de los servicios de salud, educación, seguridad y transporte demuestra que estos, allí donde estén, jamás formaron parte, con excepciones a la regla, de un proyecto de Estado a largo plazo.
Los gobiernos y Estados no están generalmente interesados en alcanzar metas y objetivos de bienestar social, mientras las metas y objetivos que persiguen tengan que ver más con la conquista y el usufructo del poder político, y con planes y acciones populistas que le den respiración artificial al sistema que administran.
Este código de modo y medio de vida política dentro y fuera del poder no ha sufrido grandes modificaciones.
El Perú aun vive de la estrategia macroeconómica de los 90, que le dio un crecimiento sostenido por más de 20 años al punto de haber estado, hasta hace poco, a las puertas de ingreso de la OCDE, el exclusivo club de países desarrollados emergentes al que ya pertenecen Colombia, Chile y México. Lamentablemente, la grave crisis sanitario-social y económico-social de hoy, con sorprendentes bajones en el PBI y en la estructura fiscal, ha puesto muchas de las expectativas del país de cabeza.
Del 2000 hacia acá, el Perú no ha conocido otra real y viable estrategia promovida desde el Gobierno y el Estado.
La sesgada cruzada de la reforma política de los últimos años nos ha llevado a descubrir que las mayores fuentes de corrupción están en el propio Estado y que el actual Congreso, fruto de la inconstitucional disolución del anterior, es una de las mayores fuentes de populismo y clientelismo parlamentario que hayamos visto, capaz de ponerle más de una bomba de tiempo a la ya golpeada estabilidad política, económica y social.
Una vez más, la cruzada anticorrupción y la reforma política carecieron de lo esencial: de una madura estrategia pública. Martín Vizcarra, como antes Alejandro Toledo, Alan García, Ollanta Humala y Pedro Pablo Kuczynski, se quedó en el discurso.
Hay pocos gobiernos y Estados que son un ejemplo de estrategias exitosas en los niveles sanitario-sociales y económico-sociales. Los demás sencillamente no quieren saber nada de ellas porque implican planificación, organización, dirección, objetivos, resultados y rendición de cuentas. Desafíos inalcanzables para tan pobres voluntades políticas. Prefieren lo contrario: ni planificación, ni organización, ni dirección, ni objetivos, ni resultados.
No son gobiernos y Estados que aterrizaron de algún planeta sobre los sillones en los que están apoltronados. Recibieron mandatos ciudadanos claros, a los que le deben eficiencia, lealtad y rendición de cuentas. Son gobiernos y Estados antiestrategias, a los que el coronavirus ha terminado de desnudar en sus incompetencias más flagrantes.
Las crisis sanitarias, políticas, económicas y sociales envueltas en la dimensión del COVID-19 cruzan causas y efectos en abundancia con una dramática escasez de soluciones.
Lo que conocemos como estrategia; es decir, como el arte de planificar, organizar y dirigir medidas y acciones para alcanzar un objetivo determinado, en lo que podría ser un Estado moderno, ha volado, en la práctica, por los aires.
El fin de las estrategias públicas se ha instalado entre nosotros y en el mundo entero.
La gran ironía es que mientras al comienzo de la pandemia del COVID-19 se veían lejanas las vacunas y más bien cercanas las esperanzas de que gobiernos y Estados hicieran lo que debieran, ahora vemos cercanas las esperanzas en las vacunas en tanto se aleja aun más la confianza en los gobiernos y Estados.
¿Los desconfiables gobiernos y Estados de este tiempo sabrán por fin reivindicarse, administrando eficientemente la aplicación de las vacunas, que sí vienen de numerosas estrategias científicas y farmacológicas?
¿O en esto de las vacunas también volverán a decepcionarnos?