La reciente coyuntura climática vuelve a poner en agenda el problema de cómo la humanidad enfrentará el calentamiento global sin desestructurar bruscamente su forma de organizarse, habitar y reproducirse en el planeta: olas de calor e incendios en Europa, Asia y Norteamérica que rompen récords históricos, ciudades enteras de Uruguay que se quedan sin agua potable, y por acá un inminente fenómeno de El Niño y posible agotamiento de las fuentes hídricas que abastecen el Cusco. El sistema climático mundial no da tregua a nuestra civilización.
No se trata de caer en narrativas catastrofistas, pero sí de anticiparse a riesgosos escenarios previsibles, pues lo que está ocurriendo en estas últimas semanas no debe subestimarse. Alguien podrá preguntar: ¿existe la certeza científica de que las actuales temperaturas extremas son manifestaciones firmes del tan mentado cambio climático? Quizás es pronto para esperar un reporte validado que lo confirme, pero no son pocas las voces especializadas que relacionan esta tórrida coyuntura con el calentamiento global. La Organización Meteorológica Mundial ya ha advertido que “estamos entrando en un terreno desconocido”, mientras que meteorólogos de la universidad inglesa de Reading indican que las temperaturas globales están en ruta de aumentar en más de 1,5°C antes del 2027, con lo que el Acuerdo de París quedaría descolocado.
En el Perú, la estación invernal virtualmente ha dejado de existir, lo que, si bien puede dar una sensación de comodidad, no deja de preocupar por sus efectos en la agricultura, la pesca, el sector textil y las confecciones. Pero, junto con ello, inquietan más los próximos impactos de El Niño global, frente a los que hoy no existen las condiciones políticas, económicas, sociales ni de infraestructura para mitigarlos razonablemente.
Un escenario marcado por dudosas expectativas de permanencia gubernamental, recesión técnica, conflictividad social y persistentes déficits de infraestructura física no parece constituir un contexto auspicioso para prevenir y enfrentar los embates de esta próxima distorsión hidroatmosférica. Visto así, no queda más que hacer de la necesidad virtud, por lo que se requerirá de iniciativas y acciones extraordinarias que trasciendan la actual confrontación política y que involucren al Gobierno Central, las regiones y las municipalidades de todo nivel, así como al sector privado y al tejido social existente. Un auténtico ‘tour de force’ transectorial que tendrá que institucionalizarse en un país social y políticamente convulso, a la vez que vulnerable geográfica y climáticamente.
No está de más decir que sin población organizada e informada será difícil emprender las acciones de prevención, reubicación y reconstrucción que sobrevendrán. Si no, véase, por ejemplo, cómo algunas familias en Cieneguilla han estado repoblando zonas devastadas por los recientes huaicos. Los fenómenos naturales no solo ponen a prueba la resiliencia económica y estructural del país, sino también nuestra cultura preventiva, el grado en que adherimos el principio de autoconservación o la consistencia de los lazos solidarios que nos dan forma como un todo social.
El cambio climático plantea acuciantes desafíos sobre los que la humanidad aún no da respuestas de envergadura. Nada exonera empezar por casa ante lo que se viene, por su propio bien.