Patricia del Río

La situación del presidente está mejorando. Cada vez parece más seguro de que conservará el puesto a pesar de la copiada, los ministros corruptos, los sobrinos escondidos y los dislates estilo la guerra en Croacia. No lo protege ese llamado efecto teflón, según el cual hay políticos que parecen bañados en aceite y ninguna crisis se les pega. Lo suyo es más mundano: está blindado porque quienes tenían que cumplir el trabajo de fiscalizarlo, ponerle contrapesos y asegurar que no hiciera lo que le da la gana son peores que él.

Bancadas de partidos que llegaron al jurando proteger al país del comunismo, que se la pasaron los primeros meses organizando marchas vacadoras que aglutinaron a cierta parte de la población detrás de banderas peruanas, polos de la selección, congresistas gritonas y empresarios en patineta; hoy ya ni siquiera hacen la finta de parecer oposición. Han abandonado incluso el discurso de falsa indignación con el que nos han venido meciendo todos estos meses.

A la mediocridad de un Gobierno inepto, le hace frente la desidia de un Congreso apalabrado del que solo se pueden esperar leyes populistas y retrógradas como las que han estado festinando esta semana. Y con eso no solo están debilitando el sistema que asegura la calidad de la educación o precarizando aún más nuestro sistema electoral, sino que se están ganando el desprecio de los ciudadanos, desviando la atención sobre Castillo y sus secuaces, perdón, sus ministros.

Pensemos un momento, ¿cuál era la manera más eficaz de relativizar las gravísimas denuncias de copia que pesan sobre la tesis del presidente? Pues aprobando leyes que le dejaran en claro a la población que la calidad educativa es una reverenda cojudez y que no hay por qué defenderla. Cualquier Congreso con una oposición decente hubiera encontrado en la denuncia de plagio, y en la posterior matonería del Ejecutivo amenazando periodistas, el argumento perfecto para censurar, vacar, pedir explicaciones, interpelar o por lo menos criticar al hombre del sombrero. Esas pobres gentes de la plaza Bolívar, como las llamó acertadamente Mario Ghibellini en su columna de ayer, han preferido en cambio darle su respaldo debilitando la Sunedu, el único organismo capaz de impedir que de nuestras universidades se sigan graduando profesores incapaces de contar un cuento de pollos.

La movida ha sido tan torpe y antipopular que el presidente, que no se caracteriza por su agudeza política, se dio cuenta rápidamente de que observando la ley del Congreso quedaba ante los ciudadanos como el hombre que se pone del lado de la calidad educativa. Su defensa de la Sunedu se convierte entonces en el mejor pantallazo para ocultar su copionería, fina cortesía de los padres de la patria.

Ante esta situación de orfandad, cabe preguntarse ¿y la calle? ¿Qué pasa con el último y primer bastión de la libertad? Pues anda ‘fujiharto’, ‘caviarhastiado’, ‘fachoagotado’, ‘izquierdoaburrido’. Ante la falta de liderazgos y de alternativas, los peruanos parecen haberse desconectado de la realidad y el único lugar donde quieren oír o ver a los políticos es en los videos de Tito Silva Music. Su desidia, su falta de ganas de ponerse zapatillas o agarrar las cacerolas está ligada a la falta de opciones de salida que se le ofrecen.

Puede sonar pesimista, pero ya viene siendo hora de que dejemos de culpar a los otros por el atascadero en el que estamos y asumamos que todos estamos metidos en el mismo problema. No importa por quién hayamos votado, salvo honrosas excepciones, a todos nos están metiendo la yuca, porque si los llamados “cojudignos” se han vuelto rehenes del presidente inepto por el que votaron para no apoyar a la ‘Chika’, los “cojukeikos” están secuestrados por esas bancadas otrora vacadoras, hoy ‘cheerleaders’ del presidente plagero.

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