De todos los poderes en el Perú en estos últimos meses, el único que ha cumplido su deber es el de la prensa. Gracias a los periodistas de radio, televisión, redes sociales y diarios, supimos pronto del pasaje secreto en Breña donde despachaba el presidente, de las andanzas de empresarios y sobrinos, de la fuga del juez en España, de las trapacerías de ministros y asesores que hoy están en una clandestinidad asistida por alguna protección. En cuanto a los otros poderes, del Judicial cabe esperar una mejoría con el nombramiento de nuevas autoridades. Los poderes Ejecutivo y Legislativo, en cambio, en su conjunto, han mostrado señas de no cambiar.
Porque el Ejecutivo y el Legislativo saben que la prensa es su peor enemigo. Por eso es que el Ejecutivo prepara proyectos como el que penaliza la filtración de una información “reservada”. Por eso, el Legislativo prohíbe a los periodistas entrar al recinto del Parlamento. Un periodista como Eduardo Quispe, leyendo con los labios temblorosos el comunicado que le dictaron los ronderos, es un ejemplo del terrorismo contra todos los que queremos estar enterados de lo que ocurre.
Es cierto que el periodismo puede estar sesgado u obedecer a intereses particulares en algunas ocasiones. En otro orden, me parece cuestionable la prensa del corazón, dedicada al escándalo como industria. Sin embargo, en el ámbito político, en la gran mayoría de los casos denunciados en estos últimos meses, no ha habido lugar a dudas sobre la verdad de los hechos. El Perú que tantos problemas tiene, sin embargo, ha producido y sigue produciendo generaciones de periodistas de calidad, comprometidos y activos. Ese es el mayor peligro para las mafias enquistadas en el poder.
Solo una cultura que valora al individuo y a la comunidad puede ofrecer una prensa libre y dinámica. El desarrollo y la buena marcha de un país es indesligable del periodismo responsable. No es casual, por ejemplo, que el periodismo esté restringido hoy en la Rusia de Putin y en algunas satrapías latinoamericanas como Cuba, Venezuela y Nicaragua. No es casual tampoco que el primer diario naciera en la antigua Roma, la primera cultura que valoró al ciudadano común.
Fue allí donde en el año 59 a.C. Julio César ordenó poner en lugares públicos el Acta Diurna, que difundía las principales noticias de diverso tipo, al alcance de todos. Se trataba de unas planchas de madera, con textos redactados por personas especialmente encargadas de hacerlo, colgadas en lugares públicos. Al igual que en cualquier cultura, los romanos vivían ansiosos por saber de las noticias más recientes en la política, el comercio y otros temas. Como muchos ciudadanos romanos eran analfabetos, había un pregonero que las decía en voz alta.
En la Edad Media se seguirían publicando algunas hojas con noticias (en Venecia se vendían al precio de una “gaceta” o moneda, lo que dio lugar a que la palabra se identificara como sinónimo de un documento informativo). Luego, a partir de los siglos XVI y XVII, los diarios iban a aparecer en Alemania (Colonia) y en Inglaterra, donde se difundieron masivamente. Entre nosotros, la publicación del “Diario de Lima” desde octubre de 1790, obra de Jaime Bausate y Meza, es considerada la primera de un periódico en el Perú y en Latinoamérica. Su circulación no puede desligarse de los vientos de independencia que corrían por entonces.
Y hoy esos vientos de independencia están amenazados por mafias y hordas que solo tienen miedo de que sepamos la verdad. Pero no lo lograrán. Para ello, tendrían que derrotar a periodistas como Eduardo Quispe y tantos otros.