"Se que es ridículo, un ejemplo absurdo de humor inglés, pero no deja de tener lógica en el mundo de las películas de Bond: son solo detalles más cotidianos lo que diferencian a un héroe del resto de los humanos". (Foto: captura YouTube)
"Se que es ridículo, un ejemplo absurdo de humor inglés, pero no deja de tener lógica en el mundo de las películas de Bond: son solo detalles más cotidianos lo que diferencian a un héroe del resto de los humanos". (Foto: captura YouTube)

Es curioso que siendo un hombre asociado a la aventura, el día de comience de manera tan burocrática. En aquellas primeras películas, por la mañana, el agente secreto solía acudir a su despacho, lanzar sin fallar su sombrero Trilby al perchero y coquetear con la secretaria. Luego, pasar al despacho del jefe para tomar nota, obedientemente, de sus órdenes. Todo parece un día normal en la oficina, un lugar común para invitar al espectador a soñar con imitar sus hazañas.

Recuerdo el inicio de “Thunderball”, la cuarta entrega de la franquicia protagonizada por Sean Connery. En ella, el agente secreto asiste a un extraño sepelio: el féretro ocupa el centro de la capilla y la viuda recibe las condolencias. Aún me divierte recordar cómo el espía había asumido que no había cuerpo en el cajón y que la mujer de negro era su archienemigo travestido que fingía su muerte: al terminar el rito fúnebre, la misteriosa viuda había subido al auto negro sin esperar que algún hombre le abriera la puerta.

Se que es ridículo, un ejemplo absurdo de humor inglés, pero no deja de tener lógica en el mundo de las películas de Bond: son solo detalles más cotidianos lo que diferencian a un héroe del resto de los humanos. Su definición no radica en la gravedad del clímax de su gesta, sino en sus acciones más leves, los gestos mínimos exhibidos en cada situación de peligro. Y es que esquivar las balas es algo ordinario para un espía entrenado. James Bond es capaz, además, de recordar abrirle la puerta del auto a una dama mientras los perseguidores disparan a sus espaldas. Es decir, a toda acción explosiva hay que añadir otra sutil que contraste y revele su estilo.

¿Por qué uno va a ver siempre una nueva película de James Bond? Porque ver una película del agente secreto es como ver una película porno. Ambas historias funcionan con el mismo guion, un mecanismo en el cual las mujeres sirven de péndulo. En medio de tantos detalles de oficina, fácilmente reconocibles, esperamos que se produzca aquella acción frenética que, lo sabemos bien, nos excita. Hasta las propias chicas Bond llevan nombres de películas triple X: Úrsula Andress como Honey Ryder en “Dr No”; Honor Blackman como Pussy Galore en “Goldfinger” o, más cerca, Denise Richards interpretando a la doctora Christmas Jones en “El mundo no basta”. Un porno ‘fake’, con todas las partes de sexo recortadas. Quizás allí radique, finalmente, el agotamiento de su fórmula y el origen de tantas parodias.