"Ser un radical de centro me parece la única opción viable." (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Ser un radical de centro me parece la única opción viable." (Ilustración: Giovanni Tazza)
Alonso Cueto

Un joven amigo me dice que esto ya es demasiado. Desde hace dos días, confiesa, le es imposible leer periódicos, ver noticieros y pensar en lo que está pasando en el ambiente post electoral. Escucha música, se dedica a sus estudios y ve películas. Si son sobre temas históricos o sentimentales, mejor. Trata de no saber nada que tenga que ver con los pronósticos sombríos, las luchas internas, los llamados al golpe, las rabietas de gente que acosan casas de autoridades, las amenazas de violencia en caso de que pierda un candidato.

Hasta hace poco, me confiesa, estaba interesado y preocupado en seguir las noticias. Solo que llegó el momento en el que decidió que su cuerpo –no solo su mente–, ya no podía seguir aceptando un aluvión de broncas que solo lo llevaban al desasosiego y la incertidumbre. Aun así, algunas noches tiene pesadillas donde aparecen voceros y miembros de ambos partidos atacándose.

En una magnífica entrevista a “RPP” esta semana, el psicoanalista Max Hernández recordaba el poema de Robert Frost según el cual el fin del mundo se dará en la disputa entre el fuego y el hielo (el deseo y el odio). En sus primeras dos líneas el texto dice: “Unos dicen que el mundo terminará en fuego. Otros dicen que en hielo.” Esta descripción apocalíptica parece describir el momento político, en roles intercambiables.

A estas alturas, solo queda pensar que la única manera de evitar el fin del mundo al que se refiere Frost es que no optemos por ninguno de los extremos. Ser un radical de centro me parece la única opción viable. La única intolerancia que deberíamos tener es a los intolerantes. Los que reprochan y se apartan de quien no votó como ellos, los que declaran la guerra a la clase media, los que buscan separar al Perú con divisiones absurdas (“ricos y pobres” es una de las más simplonas, considerando que hay muchos peruanos que no son ni lo uno ni lo otro), los que piden no ir a un local, a un restaurante o a una región (vaya estupidez), los que discriminan, amenazan, despiden profesionales. Los que no ven más allá de sus narices.

El candidato que más haga por acabar con el chirrido emocional colectivo de estos momentos será una figura para la sociedad.

La política ocupa un lugar central en la vida de muchos de nosotros, pero no el único. Lo que nos interesa es que podamos elegir a autoridades idóneas y cumplir con nuestras otras obligaciones cívicas, para que cada uno de nosotros podamos dedicarnos a lo nuestro con tranquilidad. En ese sentido, la confianza en instituciones y figuras públicas es la base que cada uno de nosotros necesita para ser parte de una comunidad.

Buscar la paz supone vivir en un mundo más justo y menos desigual. Supone seguir las reglas. Supone ejercer la democracia en nuestra vida diaria, desde el momento en que alguien decide pagar lo justo a un empleado hasta el que se esfuerza en hacer su trabajo lo mejor posible. Ejercemos la democracia, en la casa y en la calle, si lo queremos, todos los días.

Volviendo a la coyuntura actual, en la entrevista de radio, Max Hernández lo puso de un modo muy simple: “O dialogamos o nos suicidamos”. Esa es la nueva segunda vuelta. Sé que, en un afán por ver el mundo saltar, hay algunos que preferirían lo segundo. La gran mayoría de los peruanos prefiere lo primero. Mientras eso no se resuelva, seguiremos pensando, como mi joven amigo, que esto ya es demasiado.

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