"Me puedo equivocar. Pero si ello ocurre tendré que hacerme responsable de mi voto y sus consecuencias, y no echarle la culpa a los demás" (Ilustración: Giovanni Tazza).
"Me puedo equivocar. Pero si ello ocurre tendré que hacerme responsable de mi voto y sus consecuencias, y no echarle la culpa a los demás" (Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza

Las divergencias políticas vienen generando realidades paralelas. Unos dicen que todos los gobiernos de los últimos 20 años han sido de derecha; otros, con la misma convicción, que de izquierda. Un par de tuits en los últimos días decían cosas como: “Muy tranquilizadora la entrevista [al] coordinador del Plan 200 de . Da algunos nombres del equipo técnico y modera/aterriza sustancialmente las propuestas”. Del otro lado: “[Fulano] dice que el fujimorismo ha expresado su desprecio por la democracia. Así funcionan los caviares, tirando para abajo a todos, incluso con mentiras”.

Unos quieren tranquilizarse a pesar de la evidencia –plan de gobierno, que le llaman– de un proyecto totalitario. Otros califican como “mentira” la documentada constatación –también conocida como “historia”– de abusos fujimoristas del pasado. De la negación de la realidad a la descalificación del que piensa distinto hay un solo paso. Dice el economista afroamericano Thomas Sowell: “uno de los más patéticos y peligrosos signos de nuestro tiempo es el creciente número de individuos y grupos que creen que nadie puede discrepar con ellos por alguna razón honesta”. Se juzga lo que no se comparte desde una pretendida superioridad moral –”si votas por , eres corrupto”– o intelectual –”hay que ser tarado para votar por Castillo”–.

Así no hay deliberación democrática posible. Como nos enseña la epistemología, interactuar supone asumir una “teoría de la mente” del otro. Si esa teoría es su inmoralidad o irremediable estupidez, se renuncia a cualquier intento de convencerlo a través de la empatía o la razón. El maniqueísmo, entonces, solo sirve para tranquilizar nuestra conciencia a pesar del evidente pasivo que entraña nuestra decisión. Para eludir o aminorar la responsabilidad de nuestro .

En “El miedo a la libertad”, el psicoanalista alemán Erich Fromm concluye que sus compatriotas se sometieron al nazismo porque el Estado totalitario genera el alivio de no tener que decidir, sino solo obedecer. Es, en realidad, un miedo a la responsabilidad… de hacerse cargo de las consecuencias negativas de una decisión, que se producirán, aunque creamos que serán menores que el bien que generan o el mal de la alternativa. Un Castillo no tan comunista o una Keiko no tan autoritaria resultan funcionales para aminorar esa carga psíquica. Pero la pretendida superioridad moral inevitablemente engendra inmoralidad, porque se termina justificando integralmente lo escogido.

Max Weber diferenciaba la “ética de la convicción” (Gessinungsethik) de la “ética de la responsabilidad” (Verantwortungsethik). Quienes juzgan la política solamente desde su convicción incurren en una forma de integrismo. De ahí, pues, su actitud inquisitorial. Si votas así o asá, no te soporto. Como los niños pequeños que acusan de malo a quien no les da gusto. No es casual que en estos días la gente se esté ‘desamigando’ masivamente en Facebook y otras redes. Porque, como sostiene Weber, la convicción funciona religiosamente; la política exige responsabilidad.

“El que no distingue los grados del mal se convierte en un servidor del mal”, dice el escritor israelí Amos Oz. He sido antifujimorista desde que tengo conciencia política y, en particular, desde el 5 de abril de 1992. Pero nada de lo que le he criticado al fujimorismo en sus dos versiones, albertista y keikista, me parece peor que las previsiblemente siniestras consecuencias que acarrearía un gobierno de : el proyecto político con chance electoral más explícitamente autoritario de la historia del Perú, según mi leal saber y entender. Otra consideración que pesa en mi decisión es que el fujimorismo, tanto en el gobierno como en la oposición, solo ha logrado abusar eficazmente de su poder cuando ha tenido mayoría parlamentaria, lo cual ahora no ocurriría. No es una decisión fácil ni feliz. No pretendo convencer a nadie. No me siento importante ni mucho menos superior. Me puedo equivocar. Pero si ello ocurre tendré que hacerme responsable de mi voto y sus consecuencias, y no echarle la culpa a los demás. Ojalá quienes voten por Castillo hagan lo mismo.