“Un mito trágico y una leyenda de opulencia mecen el destino milenario del Perú, cuna de las más viejas civilizaciones y encrucijada de todas las oleadas culturales de América”, escribió Raúl Porras Barrenechea en su bellísimo ensayo “Oro y Leyenda del Perú”. Escrito hace más de seis décadas, el texto señala a los Andes como un “laboratorio inagotable de oro y plata” depredado primero por los europeos y luego por los norteamericanos, quienes se llevaron piezas extraordinarias de nuestra orfebrería con la finalidad de enriquecer sus respectivas colecciones. Sin embargo, el hurto no fue “privilegio” tan solo de los extranjeros, y de ello dio cuenta Clements Markham, quien vio una serie de objetos de oro del Cusco en la casa del general Echenique, en ese entonces presidente de la República.
Derrocado más adelante en una revolución (1854), donde los liberales lo acusaron de ladrón, Echenique exhibía como propios los tesoros pertenecientes al Estado que estafó mediante la fraudulenta consolidación de la deuda. Markham se quedó boquiabierto al ver frutos y hojas vegetales de oro, un llautu tejido de similar metal, un tupu ricamente ornamentado con estrellas y animales en círculos, y, por último, la tincuya de oro o disco con 34 compartimientos a modo de zodíaco, con círculos, facciones humanas, ojos, boca y ocho agudos caninos y las caras del inca y la coya. Cabe anotar que aún no formaba parte de la “colección presidencial” el denominado “sol de Echenique”. Un nombre que expresa el comportamiento delictivo de una serie de presidentes –algunos en la cárcel– que asumieron como propio aquello que es patrimonio nacional.
Ahora que el gobierno peruano ha recuperado el Intip Inti (sol de soles), que la hija de Echenique vendió a un coleccionista norteamericano (el resto de la colección fue trasladada a Chile, donde aparentemente se quemó), es importante recordar el nefasto legado echeniquista que aún define nuestros procesos electorales. La “cultura de la guerra” con su infinidad de tramas conspirativas y dinero contante y sonante para comprar conciencias y honras no la inventó ese traidor a la patria llamado Vladimiro Montesinos. El brazo derecho de Alberto Fujimori, que ahora reaparece para corregirle la plana a los que considera una sarta de ineptos, proviene de una tradición que se remonta al siglo XIX en la cual confluyen el cinismo, la rapacidad, la soberbia y una mirada negativa de los seres humanos, incapaces de tener ideales, dignidad y mucho menos respeto por las instituciones nacionales.
La campaña presidencial de 1850-1851 fue definida por José Rufino Echenique como una guerra de posiciones, combatida en diversos escenarios. En un contexto en que el triunfo electoral guardaba estrecha relación con la ejecución de movimientos rápidos y sincronizados, capaces de anticipar a los del adversario –un hecho que, además, debía ocurrir en planos múltiples e incluso simultáneos (la calle, la prensa, el Congreso, el Ejecutivo, los colegios electorales, entre otros)–, el exprefecto de Ramón Castilla fue quien aventajó a rivales inexpertos en una tarea que, tal como la guerra, lo permitía todo. El conocimiento exacto que tenía el candidato oficial, apoyado por las élites económicas, de todas las tácticas y estrategias de la cultura de guerra le fue de gran utilidad para tomar por asalto el ‘campo de batalla’ electoral. Así, la propaganda, la captación o destrucción del enemigo, los avances tácticos para desorganizar las filas del contrincante, el espionaje, la desinformación y, por si no fuera poco, el uso de armamento militar, el que sustituyó o complementó al tradicional cuchillo y palo de antaño, junto con el dinero para comprar a los miembros de la Comisión Permanente del Congreso, pasaron a convertirse en elementos indispensables para cualquier candidato que pretendiera acceder a la primera magistratura de la nación. El proceso electoral en el que Echenique se alzó con la victoria fue descrito con un vocabulario estrictamente militar. Es por todo lo anterior que no me sorprende lo que está ocurriendo en estas elecciones, donde la conspiración clandestina y la violencia van mostrando sus terribles fauces. Está en nuestras manos entender este sistema perverso para desmantelarlo antes que nos arrebaten nuestra democracia en pleno bicentenario de la Independencia. Ojalá que el regreso de “Sol de soles”, manifestación de la creatividad, belleza y fuerza de los antiguos pobladores del Perú, sea el preámbulo de ese necesario cambio de rumbo que nuestra patria desde hace décadas está demandando.
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