Se está sacralizando las PASO (primarias abiertas, simultáneas y obligatorias) como la solución a los problemas de selección de candidatos. El argumento es que son las cúpulas las que escogen –sin democracia interna– y escogen mal, eligen candidatos con antecedentes, por ejemplo. Y entonces hay que quitarle esa decisión al partido y dársela a los ciudadanos.
Sin embargo, las PASO, tal como están diseñadas, pueden producir el resultado contrario. En efecto, la ley señala que en las primarias “las candidaturas se presentan e inscriben de forma individual ante el jurado electoral especial correspondiente”. Si esto implica que cualquier afiliado puede solicitar que el partido incluya su candidatura ante el jurado electoral, sin filtro interno, ello se presta a que quienes puedan obtener apoyo de fuentes ilegales o mafiosas puedan hacer mejor campaña en las primarias y ser elegidos. Muy peligroso.
El partido tendría que filtrar, con lo que mantendría el control. Podría decidir que sea el Comité Ejecutivo Nacional (CEN) el que filtre, con lo que regresamos a las cúpulas. La pregunta, desde la lógica de las PASO, es qué sentido tiene que la ciudadanía en general, que no sabe quién es quién, decida el orden en que postularán personas escogidas por las cúpulas. O en elecciones internas también cuestionadas.
Caso distinto es el de las PASO argentinas: allí el partido realiza elecciones internas y presenta una o varias listas a la ciudadanía en las primarias que, muchas veces, es cierto, solo sirven para validar lo que los partidos definieron, salvo en los casos en los que hay dos o más precandidatos presidenciales, por ejemplo.
Si se trata de fortalecer los partidos, las PASO peruanas no sirven. Tenemos que aspirar a partidos que tengan una propuesta y una organización capaz de llevarla a cabo. Y eso requiere un mínimo de coherencia y comunión de ideas entre sus dirigentes y militantes. En un sistema como las PASO peruanas, cada congresista electo en las primarias se representa solo a sí mismo y podría defender lo que le viniere en gana, destruyendo la unidad partidaria. El partido tiene que ser capaz de tomar decisiones respecto de quiénes lo representan y qué línea defienden. Es cierto que con frecuencia las cúpulas se cierran y frenan la renovación de cuadros. Pero, si eso hacen, sufrirán el castigo luego en las urnas.
Robert Michels e Ian Shapiro han explicado muy claramente que los partidos deben tener un liderazgo claro y unidad de acción para tener éxito en la lucha política y en el gobierno. Un exceso de democracia en la elección de candidatos solo lleva a la prevalencia de los intereses particulares.
Pero las PASO, acá y en Argentina, sí tienen dos funciones positivas: reducir el número de participantes en la elección general e incentivar las alianzas. El dictamen de la comisión que restituye las modalidades tradicionales de elección interna establece una valla del 20% de los “electores” para pasar a la siguiente etapa. Eso incluso garantiza un grado de democracia interna para las dos primeras modalidades (abierta y por afiliados), pero no para la elección por delegados, donde el 20% se aplica al número total de delegados y no al total de afiliados que eligen a los delegados. Esa no es valla alguna.
Además, el dictamen comete el grave error de volver a cerrar el sistema elevando a 530 mil las firmas para inscribir un partido, y consagra el voto preferencial que destruye los partidos en lugar de pasar a un sistema de distritos uninominales. ¿Para qué oponerse a las PASO si igual se socava la unidad partidaria?
La solución salomónica sería ir a unas PASO, pero a la argentina, donde el filtro para pasar a la elección general es indubitable e incuestionable, el universo uno solo, y los partidos no pierden su función interna.