Patricia del Río

Son tiempos de incertidumbre, de rabia, de miedo. Son tiempos de duda, de mucha confusión. Hay días en que todo lo que pensaba la tarde anterior se desmorona. Hay mañanas que recupero convicciones que creía dormidas. Pero no es fácil. Quienes no nos colocamos en los maniqueos en tiempos convulsos tenemos menos de qué agarrarnos. Rehusamos abrazar reduccionismos que simplifican un problema complejo. ¿Todo lo que está pasando tiene su origen en un maquiavélico plan internacional? No, pero es verdad que hay intereses internacionales involucrados en las protestas. ¿Todos son terrucos, narcotraficantes, mineros ilegales? De ninguna manera, pero claramente esos sectores ilegales están agazapados en las revueltas. ¿Todos los policías y militares son abusivos? Absolutamente no, aunque hay evidencia clara de que más de uno actuó fuera de la ley.

Quienes rechazamos ser encasillados en miradas estrechas que invisibilizan al otro, corremos el riesgo de ser tildados por los extremistas de tibios, acomodados, tontos útiles. Y por más que nos aferramos a nuestras convicciones, hay días en que la foto de campesinas gaseadas y golpeadas en la Plaza San Martín desata nuestra ira contra la policía y noches en las que el video de los manifestantes impidiendo el pase de la ambulancia nos pone contra los que protestan.

El vaivén es agotador, pero la falta de certezas es necesaria. Siempre es mejor estar insatisfecho con una interpretación maniquea de la realidad, a comprarse una explicación tan pobre como la del primer ministro, Alberto Otárola, argumentando que todo esto es un complot de un grupo subversivo para tomar el poder. Y es que la duda, el constante esfuerzo por mantener la perspectiva y entender lo que ocurre nos aleja de ese fantasma que recorre nuestras vidas que de materializarse puede tener consecuencias nefastas. Nos aleja de la tentación de exigir orden a cualquier precio, de pedir que llegue una especie de ‘Terminator’ que lo destruya todo en nombre de la paz.

Los seres humanos somos egoístas, y ante el asedio constante del caos no tardamos en sacrificar al otro para preservarnos nosotros y salvar a los nuestros. Pero esa salida, que puede tener los efectos deseados en el corto plazo, suele pasarnos la factura en no tan largo tiempo. Quienes piden orden con muertos están posicionando un régimen represor antidemocrático como una opción deseable. Y lo hacen creyendo que una vez restablecida la calma a punta de prepotencia podrán encontrar para que nos gobierne a su Bolsonaro peruano que se zurra en las leyes, pero no en el modelo económico. Sin embargo, en este reclamo se pierde de vista, de manera incomprensible, que en esa olla no se cocerá necesariamente el plato con el que sueñan. Ese caldo de cultivo puede cocinar a un nuevo Fujimori casi con la misma facilidad con la que cuece a un Antauro.

El desprecio por la suele favorecer a loquitos mete bala; y de seguir alimentando ese discurso, los peruanos pueden sentirse tentados de votar por el ‘Terminator’ que les garantice orden, independientemente de si se trate de derecha o izquierda. No toda solución inmediata y efectista tiene los resultados deseables para quien la ejecuta. Ya le pasó a Vizcarra cuando echó el Congreso fujimorista y se ensartó con uno peor. O a quienes pusieron a Manuel Merino y al final tuvieron que soplarse a Francisco Sagasti, a quien consideran su peor pesadilla caviar.

Muchos confían en que retardando las se aleja la posibilidad de ser gobernados por extremistas como Antauro o Cerrón. Están pidiendo tiempo para diseñar el candidato que los regresará al paraíso perdido del orden y prosperidad. Lo dudo, el peligro no se va a disipar en unos meses, porque esta no es una cuestión de tiempo sino de formas. Mientras se insista con la línea antidemocrática, están marcando una cancha en la que su prepotente tendrá tantas opciones como el prepotente del frente. Por eso, ya va siendo hora de que amplíen su mirada y sopesen los riesgos del discurso que están asumiendo, porque hoy la bala que reclaman contra el otro puede algún día alcanzarlos a ellos.

Patricia del Río es periodista

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