“América para los americanos” afirmó con inocultable entusiasmo el presidente Pedro Castillo en la Cumbre de las Américas realizada en California. Un estado que exhibe como antecedente histórico ser parte de un conglomerado territorial, amputado a México vía compra exprés, además de hito fundante de una república camino a su destino imperial. A pocos meses de celebrar su bicentenario, es bueno recordar que la doctrina Monroe advertía a las potencias europeas de no interferir en los asuntos del hemisferio occidental.
Transmitida en un mensaje anual al Congreso por el presidente James Monroe, el famoso texto señalaba que Estados Unidos no toleraría colonizaciones ni monarcas espurios en su zona de influencia. Concebida para calmar los temores de una república ambiciosa, la doctrina trocó en consigna de la política estadounidense en el hemisferio occidental. Y fue invocada, incluso, en 1865 cuando el gobierno de los Estados Unidos ejerció presión en apoyo de Benito Juárez enfrentando una nueva aventura imperial, encabezada por Maximiliano de Habsburgo.
Cuando en 1904 los acreedores europeos, de varios países latinoamericanos, amenazaron con una intervención armada para cobrar sus respectivas deudas, el presidente Theodore Roosevelt proclamó el derecho de los EE.UU. a ejercer un “poder de policía internacional” en su famoso Corolario, dándole un nuevo contenido a la doctrina de su antecesor. Porque si bien la doctrina Monroe fue diseñada para mantener a las potencias europeas fuera del hemisferio occidental, Roosevelt la utilizó para validar el envío de tropas americanas a otros países de la región. De ello da cuenta la presencia de los marines estadounidenses en Santo Domingo (1904), Nicaragua (1911) y Haití (1915) lo que causó resquemor entre varias naciones latinoamericanas. En 1962, la doctrina Monroe fue convocada una vez más, como punto de partida de una negociación, que tuvo al planeta en vilo, y que concluyó con el retiro de los misiles instalados en Cuba por la Unión Soviética.
A estas alturas del partido no es posible saber si el presidente Castillo piensa que la frase de Monroe le pertenece a él o si la Cancillería se propuso dar una vuelta de tuerca a un sentido común que, desde el siglo XIX, se refiere a la hegemonía estadounidense en las Américas. Sin embargo, así existiera algún mensaje cifrado, promovido por la diplomacia peruana, la política del día a día desmiente el americanismo de un mandatario que se atrevió a cuestionar, en aquella misma reunión, la defensa “teórica” del océano proponiendo, en su lugar, una supervisión marítima ciudadana (extendida a los lagos) imposible de articular. Todo ello, mientras la ecocida Repsol hace lo que se le viene en gana ante la vista y paciencia de un Estado, incapaz de enfrentar con coraje la hecatombe producida por una corporación que sigue navegando con patente de corso, arruinándole la vida a centenares de pescadores que hoy mendigan por ayuda.
Castillo aprovechó su viaje a los EE.UU. para reinventarse, confesando en público su gran pena por la corrupción de sus antecesores. A pesar de que los fugitivos, involucrados en un nuevo escándalo prebendario que salpica al Ejecutivo, pertenecen a su círculo más íntimo y él se encuentra, también, investigado por el Ministerio Público. Lo más paradójico del asunto es que el profesor rural que, arropado por la bandera de un americanismo 2.0, utiliza un foro internacional para defenderse, no puede negar sus estrechos vínculos con el fugado ministro Juan Silva, cuya red delictual incluye a una serie de empresas chinas que bajo el rótulo de “el club del Tarot” perforaron al Estado para hacerse, junto a sus socios peruanos, de millonarios contratos. De lo que se deduce que existe otro club de la construcción, ahora de estirpe China, del cual aún queda mucho por averiguar.
Mientras escuchaba al presidente haciendo malabares para concluir en la auto referencia y una serie de lugares comunes pensé en el embajador Carlos García Bedoya y en ese tiempo en el que el pensamiento geopolítico peruano lideró en las Américas. Discípulo del maestro Raúl Porras Barrenechea, García Bedoya, defensor del multilateralismo y de las múltiples fronteras del Perú, apostó por un destino histórico grande en el cual “la posibilidad de actuar” estaba asociada al acto eminentemente humano de “crear siempre algo nuevo”. Apostemos por la reinvención de nuestra república y porque el pensamiento de García Bedoya, complejo y original, llegue a todas las escuelas del Perú.