El pasado 4 de febrero se cumplió un mes del reinicio de las protestas contra el gobierno de Dina Boluarte. Protestas que vienen costándole al país más de S/2.500 millones en pérdidas económicas y más de 60 vidas.
¿Cómo se explica esta situación? Porque tenemos un estado fallido, un estado incapaz de proveer condiciones mínimas para que sus ciudadanos puedan desarrollarse, progresar y vivir dignamente y en paz. O, lo que es lo mismo, vivimos en un país con un estado inexistente.
¿A qué nos referimos cuando sostenemos que en el Perú no existe estado? Por ejemplo, a que dos millones de peruanos podrían quedarse sin acceso a agua potable debido a los bloqueos de carreteras que en Apurímac, Arequipa, Cusco, Áncash y Puno no permiten el ingreso de insumos químicos para tratar el agua y hacerla apta para el consumo humano.
La inexistencia del estado se percibe, por ejemplo, en Puerto Maldonado, en donde los bloqueos en la carretera Interoceánica impiden el ingreso de alimentos y combustible desde hace 25 días y una turba de violentos manifestantes busca incendiar la casa del gobernador regional que, al más puro estilo de las películas del viejo oeste, salió por la ventana con un fusil para defender su propiedad y a su familia. Se percibe también en Cusco. En dicha región diversos puestos de venta de comida y centros de abastos han cerrado por falta de gas. En los próximos días, además, se suspendería el servicio de seguridad ciudadana y recojo de basura por falta de gasolina para los vehículos porque los bloqueos impiden el ingreso de los camiones cisterna con gasolina.
El Estado Peruano es incapaz de controlar la violencia que se vive en el país. No puede imponer orden ni seguridad, ni garantizar la vida de sus ciudadanos. En diciembre murió un bebe de dos meses que estaba siendo trasladado a Lima para ser operado por una cardiopatía. El 9 de enero un recién nacido que presentaba complicaciones respiratorias murió en la carretera Yunguyo-Puno, cuando los manifestantes impidieron el paso de la ambulancia. Y el 25 de enero murió un niñito de un año que era trasladado desde Lucre, Quispicanchi, al Hospital Regional de Cusco. No pudo llegar al establecimiento médico por un bloqueo en Oropesa.
La inoperancia del Estado ha llevado a que la calificadora de riesgo internacional Moody’s haya cambiado a negativa la perspectiva del Perú, al considerar que los riesgos sociales y políticos amenazan con un deterioro de la cohesión institucional, la gobernabilidad, la efectividad de las políticas y la fortaleza económica del país. Con lo que el Perú se hace menos atractivo para los inversionistas. Cuando la inversión cae, se dejan de generar puestos de trabajo, se cierran negocios y hay menor recaudación para el Estado (impuestos). Estos impuestos son los que permiten financiar obras de infraestructura (pistas, carreteras, hospitales, colegios, agua, saneamiento), mejorar los servicios de salud y educación, y financiar programas de vivienda social y programas productivos para que las poblaciones vulnerables puedan insertarse en el mercado.
La falta de Estado hace que los ciudadanos deban resolver sus necesidades solos. Aquellos que pueden compran salud, educación y seguridad privada. Mientras que el resto debe conformarse con la mala calidad de los servicios. Esto, en la práctica, se convierte en una división entre los que sí acceden a servicios de buena calidad (porque pueden pagar por ellos) y los que no. A estos últimos, convertidos en ciudadanos de segunda categoría que se desarrollan en mayor medida en la informalidad, les será más difícil escapar de la pobreza y exclusión que han heredado y que, probablemente, hereden también a sus hijos. En el Perú, el origen social y racial, unido a la falta de acceso, determina en gran medida el futuro de un niño. No hemos logrado construir cohesión social y no lo lograremos hasta que no entendamos que el racismo y la discriminación son una barrera para el desarrollo del país. Y, pese a todo lo que el mundo ha avanzado, nuestros hijos siguen creciendo en una sociedad en la que desde pequeños aprenden a distinguir a los otros por el color de la piel, la forma de hablar y el trabajo de sus padres. Una sociedad así no tiene futuro.