Todo indica que el presidente boliviano, Evo Morales, ha realizado un fraude descarado para reelegirse en primera vuelta, dado su temor a que en una segunda ronda probablemente perdía ante Carlos Mesa. En verdad, a nadie debía sorprender que pretenda perpetuarse en el poder. Todos los dictadores de su estirpe lo hacen si es que pueden.
Por cierto, algunos consideran que Morales no es un dictador porque realiza elecciones puntualmente. Ciertos académicos norteamericanos inventan teorías como el “autoritarismo competitivo” para tratar de explicar un fenómeno que los latinoamericanos conocemos hace siglos y se llama sencillamente dictadura. Naturalmente, el mundo ha cambiado y las formas cambian, pero en esencia es lo mismo: un caudillo autoritario que concentra todos los poderes y se perpetúa en el gobierno.
Alfredo Stroessner gobernó 35 años Paraguay y ganó 8 elecciones sucesivas. Rafael Leónidas Trujillo gobernó 31 años ganando comicios y a través de títeres en República Dominicana, con innumerables elecciones amañadas. Augusto B. Leguía triunfó tres veces en 11 años. ¿Cuál es la novedad? ¿Que ahora hay voto electrónico y los sufragios se cambian en una computadora y no en las urnas de cartón? ¿Que cuando el dictador va perdiendo el sistema electrónico se paraliza y cuando se reinicia el sentido de la votación ya cambió?
Tampoco es novedad que los dictadores tienen, durante un tiempo, una alta popularidad. Ya sea por circunstancias fortuitas –los elevados precios de las materias primas, por ejemplo– o porque manipulan la economía con medidas populistas, las mayorías los apoyan. A lo cual hay que añadir el respaldo de los medios de comunicación que por convicción, sobornos o extorsión deforman la realidad en beneficio del dictador. Pero todo tiene su final.
En Bolivia el hartazgo, al parecer, se explica por varias razones. La bonanza de los hidrocarburos está terminando. Morales ha recurrido, como muchas dictaduras populistas, al déficit fiscal para mantener una artificial prosperidad. Pero eso llevará más temprano que tarde a un desenlace ruinoso que pagarán los bolivianos. El cansancio con un gobernante falsario y corrupto –que la gente soporta sin aprehensión en otras circunstancias– se hace más evidente cuando la economía empieza a no satisfacer las altas expectativas creadas antes.
Como ha relatado Andrés Oppenheimer en el “Nuevo Herald”, Morales se hizo construir un museo para engrandecer su memoria por más de 7 millones de dólares, se edificó un palacio presidencial de 29 pisos y se compró un avión presidencial por 38 millones de dólares (16/10/19). Cuando las cosas se ponen difíciles para los ciudadanos de a pie, esas extravagancias le pasan la factura a los gobernantes.
Todas las izquierdas en el Perú y América Latina respaldan al dictador boliviano, comprobando una vez más su innata hipocresía. Ellos son furiosos combatientes de las dictaduras cuando son de derecha, pero no solo las apoyan sino pretenden imitarlas cuando son afines a sus ideas políticas. Es decir, siempre intentarán copiar a Evo o Hugo Chávez, perpetuarse en el poder por todos los medios una vez que acceden a él. Para eso utilizan la democracia.
Así, el problema fundamental no es que en una elección pueda ganar un izquierdista. Precisamente esa es la característica de la democracia, cualquiera puede acceder al gobierno. El problema es que ellos no respetan la democracia, para ellos es solo un instrumento para hacerse del poder y mantenerlo indefinidamente.
Obviamente jamás lo dicen abiertamente. Pero su respaldo incondicional a dictaduras como la de Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, al castrismo en Cuba y a Evo Morales muestra claramente cuál es su aspiración.
Otrosí digo. Algunos analistas, como Augusto Álvarez Rodrich, creen que la alianza de Verónika Mendoza con Vladimir Cerrón le restará votos a ella, que es, hoy día, la candidata con más posibilidades de las izquierdas en las próximas elecciones presidenciales. Yo no pienso eso.
Aunque muchos responden, cuando les preguntan en una encuesta, que la corrupción es el problema más importante en el Perú, y la inmensa mayoría dice indignarse con la corrupción, ese no es un asunto que haga decidir por quién se vota y por quién no. Por lo menos para una considerable porción de electores. Por ejemplo, en el 2014 Gregorio Santos estaba preso con acusaciones demoledoras de corrupción, y los votantes cajamarquinos lo reeligieron gobernador en primera vuelta. Y hay innumerables ejemplos de políticos a los que la mayoría considera deshonestos y luego los ciudadanos los eligen. Si a Mendoza le va bien o mal dependerá de otros factores, pero no principalmente de su alianza con un corrupto, xenófobo y homófobo, como lo califican algunos.