La excentricidad como estrategia electoral, por L. Kanashiro
La excentricidad como estrategia electoral, por L. Kanashiro
Lilian Kanashiro

Sin diferencia no hay significación. Tener significación en un contexto electoral es el equivalente a existir en el ámbito del sentido. Cada proceso electoral nos parece inverosímil porque aparecen nuevos elementos en la competencia que antes nos resultaban inimaginables. Y muchas veces estas paradójicas novedades provienen de estrategias de diferenciación. ¿Qué pasa cuando no hay estrategias de diferencia? Se pasa desapercibido (dada la carencia de sentido) y se instala el hastío.

Hace poco publiqué un ensayo en relación con el proceso electoral del 2011 en el que versaba sobre un programa de televisión que ponía en escena a candidatos al Congreso exhibiendo los más diversos niveles de excentricidad. En ese caso, hay responsabilidades compartidas. 

Por el lado de los estrategas de los candidatos –que muchas veces son los mismos candidatos–, consideraban que la mejor estrategia era hacer el ridículo para atraer la atención y comunicar sus propuestas. No obstante, había responsabilidad también en la producción del programa, dado que no es suficiente dar un espacio en televisión para hacer propaganda política. Es necesario dotarlo de los elementos mínimos de lenguaje audiovisual, que en la mayoría de casos los manejan consultores especializados que no hacen este trabajo por amor al arte o a la patria. 

A la publicación de ese ensayo semiótico, un respetuoso lector criticaba mi texto a través de su blog. Bajo el título “Semiótica para dummies”, señalaba cierta distancia en el análisis, que no alcanzaba profundidad o, en todo caso, un compromiso emocional reprimido. Lo cierto es que en un análisis semiótico tratamos de establecer cierta distancia con nuestro objeto (casi siempre fracasamos). Pero tal vez este sea el espacio para completar algunas ausencias o continuar dicha discusión.

En términos generales, podemos afirmar que en la campaña electoral del 2011 y en la campaña municipal y regional del 2014 se cristaliza la regla por la cual hacer el ridículo te coloca en vitrina. No hace a uno más atractivo, pero podría guardarse la esperanza de mover los números en los sondeos. 

Y no solo nos referimos a los candidatos con peculiares paneles en las calles o haciendo excentricidades en televisión. Recordemos la creación de acontecimientos “espontáneos” (besos robados, tocamientos indebidos, candidatos recibiendo entrevistas mientras cocinan, videoclips reggaetoneros, etc.). Nadie mejor que los lectores para traer innumerables ejemplos en formatos gráficos, radiales y digitales.

Conviene señalar, a manera de hipótesis, que esta irrupción de lo excéntrico en la política no fue más que la colocación acrítica de las reglas de la televisión de entretenimiento a la campaña electoral. Es decir, que la audiencia que ve telenovelas, programas de competencia o escucha música por entretenimiento consume los mensajes políticos con los mismos criterios. Y desde este modesto punto de vista, esa es una falta de respeto y  refleja desconocimiento del electorado. 

La significación de los mensajes se configura en relación con las prácticas que los rodean. Cuando los peruanos votan no están comprando un detergente. 

Podrán votar decepcionados, malhumorados o esperanzados, pero ni en las más imaginadas y precarias condiciones educativas un peruano votaría por un candidato campeón en hacer ridiculeces. Puede ser cómplice en el humor, pero en la cámara secreta es probable que imagine que, así como están las cosas, es mejor la continuidad para sus intereses personales, o piense que es necesario un cambio porque la comisaría está muy lejos de su centro poblado, entre otras necesidades. Hasta el momento, la excentricidad no hace ganar elecciones.