Congreso de la República (Ilustración: Giovanni Tazza)
Congreso de la República (Ilustración: Giovanni Tazza)
Daniela Meneses

El anuncio de la creación de la bancada Unidos por la República es la más reciente pieza de una reconfiguración de poderes que viene quitándole al fujimorismo la última palabra en el . Quizás el más claro reflejo de esto fue cuando, hace poco más de una semana, se admitió desde dentro de la bancada de que no contaban con los votos necesarios para censurar al presidente del Congreso, Daniel Salaverry. Con solo 55 de sus 73 escaños iniciales, la pérdida de poder es general: el grupo que en el pasado ha usado sus curules para llevar a la renuncia a un presidente, remover de su cargo a algunos ministros u operar más de un blindaje ha quedado sin votos suficientes para censurar ministros o aprobar leyes por insistencia. Además, es de esperar que pierda la mayoría que actualmente posee en el Consejo Directivo y también en ciertas comisiones.

Si bien teniendo en cuenta las decisiones pasadas de Fuerza Popular parece positivo que este partido vea reducido su poder de decisión, esta es solo una parte de la lectura. Más allá del efecto que la nueva fragmentación tendrá en la confrontación política que tanto ha acaparado la agenda del Congreso, y del país, tenemos que pensar también en las consecuencias que traerá este nuevo nivel de atomización. En efecto, Unidos por la República se estaría sumando a las también recientes Bancada Liberal y Cambio 21, lo que nos daría un total de diez agrupaciones parlamentarias. Este es nuestro mayor nivel de fragmentación en 19 años. Es cierto que no hemos llegado al caso de Brasil, que viene haciendo noticia con sus 30 partidos en la Cámara de Diputados, pero es indudable que la nueva partición de nuestro Parlamento hará inevitablemente más difícil llegar a acuerdos para las reformas importantes que tanto necesitamos y que aumentará el número de intereses en juego. No hay nada que nos asegure, además, que el panorama no seguirá cambiando, ni que no habrá más deserciones, incluso dentro de las nuevas agrupaciones.

Por otro lado, la configuración de algunas de las nuevas bancadas quita mucha de la esperanza de que con este nuevo equilibro de fuerzas haya grandes diferencias en el manejo del país. Solo para hablar del caso más reciente, pensemos en Unidos por la República, integrada por Patricia Donayre (ex PPK y ex Fuerza Popular), y cuatro ex miembros de la bancada fujimorista. El objetivo que dicen tener puede ser muy loable (impulsar las reformas aprobadas por el referéndum, debatir los proyectos presentados por el Ejecutivo, impulsar la descentralización), pero la composición deja dudas. Van tres ejemplos: Rolando Reátegui, aspirante a colaborador eficaz en el caso que se le sigue a por presunto lavado de activos; Israel Lazo, más recordado por haber dado un cabezazo a un congresista de su entonces bancada, Federico Pariona, ¡en los pasillos del Congreso!; o Glider Ushñahua, a quien hemos podido ver marchando con Con Mis Hijos no te Metas. En el grupo de Cambio 21 no parece haber grandes congresistas que resaltar, y basta decir que está compuesto por los famosos (y autodenominados) ‘avengers’.

Es entendible que, en una coyuntura tan polarizada, donde además un partido ha tenido la última palabra durante tanto tiempo, se celebre la ruptura de esta mayoría. Sin embargo, el conflicto de poderes interno del Congreso no debería hacernos perder de vista que finalmente estamos ante las mismas figuras, ahora más atomizadas. Y cabe preguntarnos entonces si es que, más allá de pugnas congresales, el camino que recorreremos como país en temas de fondo será realmente mucho mejor ahora. Cuesta creer que sí.