No pocas veces al enfocar un tema difuso el mejor punto de partida es un buen diccionario. Uno que nos remita a diferentes acepciones y usos. En este caso nos referiremos a los términos ‘trabar’ o ‘traba’ (ese instrumento con que se sujeta una cosa).
De acuerdo al notable “Diccionario de la Real Academia Española”, ‘trabar’ implica la acción de sujetar algo o a alguien en aras a impedir su desenvolvimiento. Otro significado –nada casual– implica el entorpecer o impedir la normal actividad o desarrollo de algo. Así, si trabar tiene alguna racionalidad, esta implica entorpecer o impedir.
En un mundo poscolonial e institucionalmente dañado como el nuestro, la lógica de las trabas se extiende casi generalizadamente por una conjunción de ineptitudes, ideologías o temores, pero también por afanes nada santos.
Aquí resulta curioso develar el tercer significado aceptado del vocablo ‘traba’ –ese que nos refiere a juntar o unir una cosa con otra para darles mayor fuerza o resistencia–. No pocas veces las trabas cohesionan algo. Y el Perú de estos tiempos configura un ejemplo pintado.
Para trabar un proyecto o actividad coexisten la cohesión intraburocrática (por ejemplo, ministros que se cubren con un abrumador número de opiniones y firmas por temor o afanes ilegales de lucro), la interinstitucional (por ejemplo, innecesarias participaciones de otras dependencias burocráticas para contentarse o para medrar) o la política (por ejemplo, tachar o dar preferencia a un postor por su nacionalidad, cercanía ideológica o por la influencia de coimas).
Por todo ello, lamentablemente, los negocios y las inversiones en nuestro país se bloquean. E implican cuadros de entrabamientos de la inversión pública y privada que impiden la acumulación de capital e infraestructura y retroalimentan más atraso y corrupción de los que normalmente queremos hablar.
Tan difícil resulta quebrar las cohesiones locales que el cementerio de funcionarios destrabadores está muy poblado en nuestro país. Si bien en su momento declaran haber destrabado, la realidad es que lograron desbloquear unos pocos proyectos, aunque con gran desgaste y en momentos donde resultaba casi imposible detenerlos.
En estos días, el llamado paquete destrabador de la solicitud de facultades legislativas constituye posiblemente el plano más esperanzador de todo lo ofrecido hasta hoy por la administración de Pedro Pablo Kuczynski.
Pero… ¿lo harán? ¿Tendrán éxito?
Destrabar, como sostenía en privado un fallido destrabador local, implica enfrentar múltiples incapacidades e ideologías articuladas entre sí. Estas se encuentran unidas por deficientes diseños institucionales y gerencias muy pobres donde cada proceso registra un texto único de procedimientos administrativos (muchas veces de lógica superpuesta).
Así, cuando se supera la traba ejercida por un municipio, pasa a ejercerla luego el gobernador regional, un sesudo servidor del Ministerio de Economía y Finanzas o un ente regulador. Esto, sin subestimar la efectiva influencia de campañas de activistas y ONG financiadas por intereses diversos. Tan complejo resulta este fenómeno que los destrabes efectivos son la excepción.
Con un nuevo presidente se anticipa que algunas cosas pueden mejorar. En esta dirección, el penoso “Conga va sí o sí” de los Humala implica todo un precedente a tener en cuenta. Recordemos que el ex presidente tenía mayoría congresal (gracias a sus aliados iniciales) y el actual no la tiene.
Finalmente, nos queda el camote de este cebiche: la vorágine regulatoria local. Las reglas cuanto menores, más simples y claras resulten… mejores serán. En cambio, cuanto más difusa, compleja e hiperactiva sea su producción, mayor será su contradicción y superposición.
Cuando los cambios de reglas netas de derogaciones pueden superar los 50 mil ajustes anuales, no resulta una sorpresa descubrir que las trabas se multiplican continuamente. El destrabar se parece mucho a desactivar docenas de bombas de tiempo programadas a estallar en el mismo minuto.
Solo un TUPA único para todo el sector público, la introducción de prácticas generalizadas de gobierno electrónico y un liderazgo claro y determinado a nivel nacional harían la diferencia. Frente a todo esto, esperamos que pese más la experiencia y el compromiso de Kuczynski y sus aún entusiastas colaboradores. Que comprendan que trabas y acometidas no les van al faltar.
Justamente, su trascendencia dependerá de su capacidad de no convertirse en otro grupo de destrabadores enviados silentemente al cementerio de las buenas intenciones.