Cada época elige sus propias brujas y busca su particular manera de “combatirlas”. Sin embargo, lo único que no cambia a pesar del tiempo y de la transformación del pensamiento es la inocencia de las víctimas y la cruel, obsesiva, enfermiza obcecación de sus perseguidores.
Empezando por las brujas “verdaderas”, que de verdaderas, ahora lo sabemos, no tenían nada porque cuando las denuncias de pactos con el diablo, maleficios y otros entuertos mefistofélicos no obedecían a la envidia, a los celos o a otros bajos intereses eran simplemente fundadas en la ignorancia más crasa.
Bajo los cargos más disparatados, decenas de miles de mujeres (aunque no solamente) fueron sometidas a juicios absurdos, salvajemente torturadas en nombre de la religión y, si lograban sobrevivir al martirio, enviadas a la hoguera, a morir a fuego lento en medio de atroces sufrimientos solo porque, por ejemplo, alguien las había oído renegar de un dios que consideraban injusto, o porque la suegra estaba harta de la nuera estéril, o porque el vecino se las quería quitar de en medio para apropiarse de sus tierras, o porque una deformidad congénita las hacía sospechosas de haber sido poseídas por el Maligno o porque, simple y llanamente, las pobres infelices era tan pero tan hermosas que resultaba obvio para sus jueces que el diablo las usaba como intermediarias a fin de lograr los más perversos cometidos.
Decenas de miles de víctimas cuya única culpa fue que alguien las considerara capaces de cometer portentosas fechorías: secar el agua de los pozos, causar muertes masivas en el ganado, atraer pestes que diezmaban los cultivos, matar niños para rituales demoníacos y así.
Esos tiempos, felizmente, ya quedaron atrás. Aunque nunca tanto. Todavía hay quienes tienen la enojosa tendencia de atribuirle a cualquier prójimo que le cae antipático poderes sobrenaturales como, qué se yo, la capacidad de socavar la sacrosanta institución familiar a punta de besitos lésbicos o convertir zigotos en niños para luego asesinarlos a sangre fría.
Por suerte, eso sí, ya nadie va a la hoguera por semejantes memeces. Los cazadores de “brujas” de hoy tienen que conformarse con presagiarles a las ovejas negras un largo y penoso achicharramiento en el más allá. O aprovechar esta noche de Halloween para salir a las calles vestidos de Torquemada. A ver si todavía le dan miedo a alguien.