Las novelas reflejan la época en la que fueron escritas pero también, en los mejores casos, la trascienden y se convierten en anticipos del futuro. Herman Melville, cuyos 200 años de vida celebramos este mes, escribió en la época de expansión de Estados Unidos como potencia, apenas iniciada la segunda mitad del siglo XIX. Melville fue un testigo discreto de su tiempo. A lo largo de ese siglo, mientras declinaba el poderío inglés en el mundo, Estados Unidos formó una democracia basada en emprendedores y en “élites naturales”, no exenta de peligros. En su famoso libro “La democracia en América”, Tocqueville advertía de ese desarrollo y también predijo el futuro: una guerra civil y la lucha de dos superpotencias en el mundo.
En 1850, después de sus travesías marinas, Melville se encierra en una granja de Berkshire, con Elizabeth, su esposa (por entonces embarazada), y escribe una novela. La historia está basada en un líder desquiciado que arrastra a sus marineros a la caza de una ballena blanca. “Moby Dick” (1851) cuenta la historia de una venganza y a la vez es una exploración en el poder de la locura. La razón por la que el capitán Ahab lleva a todos a la cacería es en apariencia simple. La ballena le ha arrancado la pierna. Ahab agita la cubierta del navío Pequod mientras arenga a sus marineros con el hedor del gran pez en el viento. Moby Dick es una exploración de la locura como el apogeo de la voluntad, una degeneración de los ideales de su época. Ignorada o vilipendiada por lectores y críticos, su valor como obra de arte iba a ser reconocido luego de la muerte de Melville en 1891. No hay que olvidar que en el capítulo 42 el libro incluye una de las más famosas descripciones de Lima (donde Melville estuvo entre 1843 y 1844), como “la ciudad más extraña y triste que pueda verse”.
Si “Moby Dick” es una exploración del apogeo de la voluntad, que puede aplicarse como una versión de la expansión capitalista de su tiempo, Melville escribe luego un gran relato sobre la actitud opuesta. “Bartleby, el escribiente” aparece serializado en la revista “Putnam” en 1853 y se reproduce con cambios menores en “The Piazza Tales” tres años después. Bartleby es un copista en un bufete en Manhattan. Al comienzo se aplica a su trabajo pero pronto desiste. Cuando su jefe le pide hacer algo, Bartleby le contesta con la frase célebre que tradujo Borges: “Preferiría no hacerlo”. Bartleby no afirma ni niega. Muestra su distancia y su falta de voluntad. Cuando el protagonista se queda a vivir en la oficina y su jefe le pide que se vaya, Bartleby repite la misma frase: “Preferiría no hacerlo”. El final del relato es uno de los más notables en la historia de la narrativa. La falta de voluntad de Bartleby se puede relacionar con la actitud del mismo Melville ante su oficio de escritor después del fracaso comercial y crítico de “Moby Dick”. Pero es también una respuesta a la locura de la voluntad de Ahab y su época.
Hace algunos años, al volver de Estados Unidos, un amigo me dijo una frase sintomática: “Los norteamericanos lo pueden todo”. Se refería obviamente a su infraestructura y a su desarrollo urbano. Podría ser el lema del presidente Donald Trump. Hoy Trump es una variante del capitán Ahab y su ballena blanca son los inmigrantes mexicanos. Pero Bartleby también sigue vigente. El desencanto y la inercia de nuestra época tienen numerosos ejemplos. A sus 200 años, Melville nos sigue hablando y sus personajes caminan entre nosotros.