“Pienso a menudo qué pasaría”, señaló el gran dramaturgo ruso Antón Chéjov, “si uno comenzara a vivir en plena conciencia. Si una vida, la que hemos vivido, fuera algo así como un borrador y la otra ‘la versión definitiva’”. Entonces, continuaba el autor, “cada uno trataría de no repetirse a sí mismo” para plantearse –por lo menos– “una distinta manera de vivir”. En medio del descalabro general que sigue degradando la vida cotidiana de millones de peruanos, un Estado prebendario –caracterizado por su ineptitud, corrupción y tendencia al litigio ‘ad eternum’– pareciera dirigirse a una lenta pero segura implosión. En medio de las cautelares y las denuncias cruzadas, a las que nos tienen acostumbrados los litigantes de turno, se me vino a la memoria la propuesta de Chéjov.
Pero, también, esa otra del brillante escritor portugués Fernando Pessoa ante una coyuntura probablemente similar a la actual: “Hoy el mundo solo pertenece a los estúpidos, a los insensibles y a los agitados. El derecho a morir y a triunfar se conquista hoy con los mismos procedimientos con que se conquista el internamiento en un manicomio”. En efecto, en el manicomio puertas abiertas en el que se ha convertido la República del Perú lo que prima, y acá cito nuevamente a Pessoa, es “la incapacidad de pensar, la amoralidad y la hiperexcitación”.
Hemos vivido uno de los inicios de mes más excitados de un año en el que la calidad de vida de los peruanos no forma parte de la agenda de personajes, arrancados de la calenturienta imaginación de Pedro Camacho. Ese escribidor demente de radionovelas truculentas en la Lima cincuentera reconstruida magistralmente por Mario Vargas Llosa.
Hace unos días aterricé en la capital de la conspiración y el escándalo permanente, para tomar mi conexión al Cusco, donde estaba invitada a participar en la reunión anual de la Red Peruana de Universidades. En nuestra “ciudad eterna” que lo vio todo, incluso el fallecimiento del Mariscal Nieto como consecuencia de los estragos en su cuerpo de una “guerra maldita” que él inició y luego se lo devoró a los 44 años, corroboré que existe un Perú del trabajo, de la creatividad y de la avidez por el conocimiento. Permanentemente silenciado y– por qué no decir– abusado por ese otro cuya meta es preservar el poder y sus beneficios. Para lograrlo, cada cierto tiempo se redobla una macabra apuesta “política” en la que la suerte de millones de peruanos se juega a los dados. Porque el azar rige nuestro devenir histórico, los timberos usualmente pierden el control de una partida compleja por la miríada de intereses en juego. Y en una suerte de “nadie sabe para quién trabaja”, lo único certero es que cada dos por tres se tira por la borda el esfuerzo acumulado por décadas. Al mismo tiempo que se evaden los peligros reales (recesión, inseguridad ciudadana o cambio climático) que desaparecen del mapa cognitivo de zombis sin sentido alguno de la realidad, salvo sus intereses personales. Y por ello en esta oportunidad quiero dar cuenta de que en la Universidad Andina del Cusco la apuesta es absolutamente diferente, ya que implica la excelencia, el trabajo en equipo y la integración regional en aras del bien común. Pero algo más importante y quiero subrayarlo: la única manera de predicar en estos momentos de desafección generalizada es con el ejemplo.
La consigna de la reunión anual de la Red Peruana de Universidades, “Sabiduría que vive en ti”, tiene mucho que ver con la vuelta a la filosofía en estos tiempos de deshumanización acelerada. Y acá pienso en el trabajo de Javier Gomá sobre la ejemplaridad, un concepto ya casi inexistente en el Perú del arreglo y del sálvese quien pueda. Para Gomá, es necesario no solo integrar un plan de vida basado en la ética y la dignidad, sino en incorporar al sujeto liberado de la abstracción, llevándolo a lo concreto. Ni más ni menos que transitar de un borrador inservible –siguiendo a Chéjov– a la construcción de un nosotros ciudadano, en el que la amistad cívica de muchos colectivos reemplace a la vetusta coalición estatal. Un proyecto renovado de sociabilidad, reconocimiento e integración que nos ayude a vislumbrar un mañana, en medio de esta larga noche de creciente desesperanza.