A tres años de las elecciones presidenciales, la campaña electoral parece lejana, fría y hasta un misterio. Si nos atenemos a la ley y al mandato constitucional, volveremos a las urnas para elegir presidente de la República y congresistas en abril del 2026.
Aún no aparece ninguna figura que podría perfilarse con posibilidades reales de ser candidato (o candidata) presidencial, pero los ímpetus de quienes viven de la adrenalina de una campaña electoral ya empezaron a hacerse notar. Parece que la paciencia no es una de sus virtudes.
Nos referimos al caso de los dirigentes de Fuerza Popular y su innegable afán para que Keiko Fujimori sea por cuarta vez la candidata del fujimorismo. Para Luis Galarreta, secretario general del partido naranja, Keiko es “la mejor candidata, la mujer política mejor preparada”. Para Nano Guerra García, vocero de la bancada fujimorista, “Keiko es la mejor candidata a la presidencia”.
Fujimori Higuchi, sus partidarios y sus simpatizantes tienen todo el derecho de aspirar –por una cuarta oportunidad– a soñar con la banda presidencial y a bailar desde ya el “Baile del Chino”, pero eso no significa que sus posibilidades de ganar la Presidencia de la República sean reales.
¿Qué tendría que haber cambiado en el electorado peruano en estos años para que Keiko triunfase? ¿Son conscientes los partidarios de Fuerza Popular de que la candidatura de su lideresa les sabe a miel a sus más acérrimos enemigos, pues saben que una segunda vuelta con ella les dejaría la cancha servida? ¿Saben que su “anti” es tan fuerte que los electores de este grupo preferirían votar por el mismísimo diablo antes que por ella? Son preguntas que valdría la pena que los naranjas se hagan con humildad y sinceridad.
Aquí no se trata de quién da el primer paso ni lanza el primer nombre y, a estas alturas de la historia, quizás el nombre aún no sea lo más importante. A lo que deberían apuntar, más bien, los partidos democráticos que creen en las instituciones y en las libertades es a esbozar un perfil de candidatura y buscar agruparse, dejando de lado los egos e intereses personales. Dificilísimo, sí. Algunos dirían que se trata de algo imposible y hasta ingenuo, pues detrás de un candidato (o candidata) el interés de ganar no es el único que pesa.
Las elecciones del 2026 serán quizás las más importantes de nuestra joven democracia, porque podríamos estar ante la oportunidad de derrotar a los totalitarismos que nos han puesto en el lugar en el que estamos y a los oportunistas que solo buscan llegar al Estado para asaltarlo.
Por eso, no es una buena idea decir que “Keiko es la mejor candidata”, porque no solo se le cierra la puerta a un espacio de diálogo, sino que una vez más implica que la polarización hará de las suyas.
Es fácil jugar para la tribuna, exigir y pechar. Pero también hay que saber cuándo esa tribuna ya no te aplaude.
La cancha empieza a despejarse y hay que celebrar que Martín Vizcarra no podrá estar al frente de partido alguno y mucho menos postular, pues está bien inhabilitado y ese es un gran triunfo para la democracia.
Lo que toca ahora es hacer las cosas distinto (o al menos intentarlo). Por eso, los partidos democráticos deben asumir como un mandato histórico agruparse en torno de un ideal político buscando consensos mínimos y siendo capaces de grandes desprendimientos.