¡Qué insolencia la de algunos escritores! Se la pasan haciendo fantasías basadas en la realidad y las trasladan a libros asegurando que, a su modo, están contando la verdad. El asunto es más escandaloso cuando se trata de una novela histórica. En su reciente “Civilizaciones” (Seix Barral) el muy talentoso novelista francés Laurent Binet cuenta una de estas historias. En esta novela, el inca Atahualpa nunca es capturado en la plaza de Cajamarca por las huestes de Francisco Pizarro. En realidad, ninguno de los hermanos Pizarro tiene vela en este entierro literario de la historia oficial.
En el prólogo de “Civilizaciones”, los escandinavos han llegado ya a las costas del antiguo Perú trayendo los caballos, la rueda y otros adelantos. Es por eso que cuando Atahualpa encuentra en Cuba los desechos de unas antiguas carabelas, ordena a sus carpinteros repararlas y construir una adicional. Es 1531 y los incas van a la conquista del “Nuevo Mundo”. Cuando su hermana le plantea sus dudas, Atahualpa la tranquiliza: “Hermana mía, vamos a ver de dónde viene el sol.” Acompañado de sus generales (Quizquiz, Rumiñahui, Chalco Chimac), Atahualpa promete ser en Europa “el Viracocha de una nueva era”. Cuando su futura novia Higenamota le pide viajar con ellos (llamados “los quiteños”), Atahualpa acepta pues “…durante toda su vida, ella no había dejado de pensar en el país misterioso de donde, tiempo atrás, habían venido aquellos hombres de tez pálida”.
Binet sigue con la historia. Atahualpa llega a España y en la plaza de Salamanca realiza la emboscada y captura del emperador Carlos Quinto. Este episodio está contado siguiendo algunos pormenores que conocemos de la captura de Cajamarca. Antes del ataque, Atahualpa arenga a los ciento ochenta y tres quiteños que conquistarían a todo un imperio apresando al emperador. Aníbal y Roldán aparecen en su discurso. Luego, cuando ven a Carlos Quinto en su armadura de negro y oro, la princesa cubana Higenamota se quita su capa de murciélago y avanza desnuda hacia él. Un sacerdote le pide reconocer al “dios único, Vuestro señor Jesucristo”. Ella mira al sacerdote con una expresión irónica, y señala al sol encima de sus cabezas. Poco después, Atahualpa, sus hermanas y sus generales, debaten la suerte del emperador y de su pequeño hijo Felipe. Luego Atahualpa prepara con entusiasmo su viaje a Aquisgrán, entre otros lugares.
Aunque Binet evita plasmar la dicotomía de “indios buenos y españoles malos”, sus simpatías están del lado de los incas. La fantasía, el humor y el rigor de una historia alternativa, están en la base de la novela, que incluye un diario de Colón, cartas entre Atahualpa y Huáscar, las protestas de Lutero, las tribulaciones del joven Cervantes, y otros muchos episodios ficticios que aquí parecen reales.
En su novela histórica “HHhH”, Binet había hecho gala de una extrema minuciosidad para contar la historia del jerarca nazi Heyndrich. Incluso se había obsesionado, según contaba, por el color exacto del coche que transportaba al líder. Esa misma precisión de detalles se puede ver en este libro, solo que al servicio de una nueva ucronía.
¿Tiene sentido hacer una novela así? La narrativa de Binet nos recuerda las variables de la historia y mira los hechos desde el punto de vista de los “quiteños”. Jesucristo aparece para ellos como el “dios clavado” y los incas no entienden las guerras entre españoles y árabes por menudos asuntos de interpretación religiosa. Conocen una España de mendigos y conflictos. Al leer “Civilizaciones” por varios momentos creemos que Atahualpa y sus huestes conquistaron Europa, y que la historia no fue pero pudo ser distinta.
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