Jaime de Althaus

Si el país está entrampado entre un gobierno de pésima calidad y corrupción intrínseca de un lado, y un Congreso que no es capaz de encontrar una salida a esa realidad del otro, la sociedad civil debería tomar la iniciativa para resolver los problemas por sí misma.

En “El corredor estrecho”, Daren Acemoglu y James Robinson refieren el caso de Suecia, que logró enfrentar los estragos generados por la gran depresión de los años 30 del siglo pasado gracias a una amplia coalición social compuesta por , agricultores y que, sin participación del Estado, acordó fórmulas que sustituyeron el juego de suma cero –en el que lo que uno gana se lo quita al otro– por uno en el que todos ganaban, para resolver problemas de ingresos, desigualdad e intereses contrapuestos.

En nuestro país, ya sabemos que la gran injusticia estructural de nuestra sociedad es la altísima informalidad, consecuencia de ideologías y dinámicas políticas que terminan construyendo un Estado legal excluyente, una formalidad costosa e inaccesible para las mayorías. Pero cada vez que se ha intentado aprobar leyes que aligeren y flexibilicen la legalidad para que alcance a todos, las movilizaciones sindicales lo han impedido. Es un tabú político.

Por lo tanto, la única manera de resolver esto es mediante un acuerdo social entre empleadores y trabajadores, si fuera posible. Para eso, se supone, está el Consejo Nacional del Trabajo (CNT). Pero allí nunca se ha podido avanzar en un diálogo genuino. Cada vez que se ha querido tocar los problemas de fondo, las centrales han abandonado la sala.

Ello se debe a la supervivencia de la ideología clasista que supone un “juego de suma cero”, propio de las economías precapitalistas, que no crecen, en las que una persona solo puede incrementar su riqueza quitándosela a otra: lo que tiene el capitalista se lo ha quitado al trabajador. De modo que no se puede ceder jamás. Cualquier aligeramiento del peso regulatorio es visto como una pérdida a favor del capital y no como un medio para que la empresa pueda producir más y mejor a fin de crecer, acumular e invertir para generar más empleo y mejores remuneraciones para los mismos trabajadores. Pues a mayor inversión, más demanda de trabajadores y, por lo tanto, mejores salarios.

Atrapadas en lo inmediato, las centrales sindicales no ven que ese cambio cultural les daría una base sindical mucho más amplia, aumentando su poder. El empresariado, por su lado, ha tenido en ocasiones una actitud de poco reconocimiento o hasta desprecio al otro, y no expresa gran identificación con los problemas nacionales y de la informalidad. Hasta podríamos sospechar que hay una alianza tácita entre la gran empresa y los grandes sindicatos para mantener una mano de obra barata, que es el resultado de las normas excluyentes, funcionales a los dirigentes.

Por ello, ha sorprendido que en CADE Óscar Caipo de la Confiep y Luis Villanueva de la CGTP hayan estado de acuerdo en abrir un espacio de diálogo alternativo al CNT, en el que se llegue a acuerdos que luego sean comunicados al Ejecutivo y al Congreso. Comenzarían por proponer una nueva manera de elegir a los altos directivos de Essalud.

Sería revolucionario, pero ver para creer. La única forma de generar un diálogo sincero y constructivo es centrarlo en temas en los que las partes estén de acuerdo. Por ejemplo, la necesidad de que los trabajadores tengan salarios más altos. Y, por supuesto, la necesidad de disminuir la informalidad, para que muchos más cuenten con derechos laborales. Y qué debemos hacer para lograr ambos objetivos.

Si la sociedad civil, entonces, llega a acuerdos sobre eso, el Congreso y el Ejecutivo tendrían que implementarlos. Habríamos logrado liberar las fuerzas productivas y encadenar al Leviatán, a la vez.

Jaime de Althaus es analista político