Creo que muchos sentimos el impulso de comprar dólares el jueves. El anuncio de que la primera entrevista del presidente Pedro Castillo iba a publicarse ayer despertó unas alarmas que solo pueden describirse como algo cercano al estrés postraumático generado por los primeros meses del Gobierno, en los que los mercados se movían en pánico siguiendo el compás de los anuncios del Ejecutivo.
Pero nada terrible pasó ayer. Tras las declaraciones del mandatario al semanario “Hildebrandt en sus trece”, el dólar siguió bajando hasta su menor nivel en siete meses y la Bolsa de Valores de Lima (BVL) retrocedió influida por las inminentes decisiones de la Reserva Federal de los Estados Unidos, pero ha subido 10% en lo que va del año.
Y creo que esto nos sirve para explicar qué está pasando con los mercados peruanos este 2022. Como explicó Bloomberg esta semana, los inversionistas globales están regresando al Perú atraídos por los buenos datos económicos y las altas tasas de interés dispuestas por el Banco Central de Reserva (BCR), en un contexto de menor incertidumbre política. Como dicen los economistas, han vuelto a mirar los fundamentos.
Es, por lo menos, llamativo que ese menor nerviosismo sobre el futuro coincida con un período en el que el mandatario se ha mantenido más silencioso que nunca, casi invisible, y en el que las expectativas sobre cambios en el Gabinete cobran más fuerza cada día.
Ahora que ha roto su silencio, las cosas no han cambiado mucho. La entrevista pone más en evidencia que nunca la enorme distancia entre lo que el presidente dice que quiere hacer y lo que la realidad indica que va a poder hacer, y creo que los inversionistas están empezando a prestarle más atención a esto último.
Un ejemplo clarísimo es la convocatoria a una asamblea constituyente a través de un referéndum, camino bloqueado por el Congreso. Su insistencia en que “vamos a agotar todo lo que corresponde al Gobierno”, sin confirmar si acudirán al Tribunal Constitucional, se siente como carente de convicción, hasta de energía.
Esa falta de ímpetu también se ha percibido esta semana en la débil reacción del Gobierno frente al desastre ecológico generado por el derrame de petróleo en el mar de Ventanilla por parte de la empresa Repsol.
Incluso en un escenario en el que el pésimo accionar de la empresa ha unificado a casi todos los frentes del sector privado y la ciudadanía contra sus intentos de eximirse de responsabilidades, el mandatario no ha conseguido enviar un mensaje contundente contra la empresa ni tomar decisiones para evitar que esta catástrofe se agrave o se repita, más allá de firmar un declarativo decreto supremo, con bastante poco tino, en la playa más afectada por el derrame.
El presidente Castillo se percibe ahora, para bien y para mal, como inocuo. Para bien, porque sus palabras han perdido temporalmente el poder de remecer a los mercados y ahuyentar a los inversionistas. Para mal, porque lo que nos ha recordado la lentísima respuesta de todos los involucrados en este desastre ecológico es que nuestro país necesita de autoridades competentes, confiables y efectivas, cuyas palabras tengan el poder de generar confianza y cuyas decisiones puedan, por ejemplo, mejorar la prevención de desastres o permitir que se sostenga el crecimiento económico.
El Ejecutivo parece haber encontrado comodidad en la “nada”, pero el problema es que esta solo puede sostenerse por breves períodos de tiempo. Y cuando deje de funcionar, ya será muy tarde.
Contenido sugerido
Contenido GEC