A estas alturas probablemente ya todos conocemos la historia. Julio Guzmán estuvo en un departamento con una colaboradora de su partido. Se desató un (pequeño) incendio y las cámaras de seguridad lo grabaron saliendo del edificio. En las fotografías de las habitaciones se ven velas y globos en forma de corazón. Sobre el caso específico ya se ha dicho bastante, pero ha habido menos discusión sobre una de las ideas que he visto rondando en medios y en redes sociales para justificar que este episodio sea noticia: la idea de que, como dice el feminismo, “lo personal es lo político”.
“Lo personal es lo político”. La popularización de esta frase –asociada con la segunda ola del feminismo– suele remontarse a un ensayo de 1969 escrito por Carol Hanisch. Allí, la autora responde a un contexto particular en el que las reuniones de mujeres en las que participaba, y donde se discutían problemas como la sexualidad, el aborto, el cuidado de los hijos o el trabajo doméstico, eran consideradas por algunos como sesiones de “terapia”. Para Hanisch, sin embargo, estos asuntos no eran meramente personales, sino temas políticos; entendiendo política, por supuesto, en un sentido amplio referido al poder, y no en un sentido estricto de representación electoral. “Lo personal es lo político”, entonces, se refería a la idea de que ciertos asuntos que ocurren a un nivel individual o privado deben entenderse como fenómenos sociales y deben solucionarse en un nivel colectivo.
En un artículo publicado sobre el significado de este concepto, la académica Judith Grant escribió: “Al hablar de temas como […] los derechos reproductivos, el mito de la belleza o el matrimonio como asuntos políticos, las feministas llamaron la atención a la relación antes invisible entre la esfera pública y la privada”. Por otro lado, y en un repaso de cómo la idea ha encontrado eco en décadas más recientes, el profesor Christopher Kelly ha discutido la manera en la que algunas feministas parten de sus experiencias personales para sus trabajos teóricos.
Aplicar la frase “lo personal es lo político” a casos de escándalos sexuales e infidelidades, de hecho, es interesante. Abre debates como, por ejemplo, la relación entre estas últimas y la dependencia económica, el control, el abuso de poder, la violencia, y los conceptos de masculinidad y feminidad ideal. Pero todo esto no significa que haya algo así como una autorización feminista a tener detalles de la vida privada de otros individuos o a especular sobre esta. Y especialmente no significa usar el feminismo para justificar, por ejemplo, que se hagan públicos detalles innecesarios de personas involucradas en estos escándalos que no son figuras públicas y que deberían poder permanecer en el anonimato.
Me preocupa también el que se usen ideas feministas aisladas como forma de apelar a una verdad absoluta y supuestamente escrita en piedra. Creo que es importante recordar que aun si hubiera consenso dentro del feminismo sobre cómo tratar este tipo de casos, este consenso no nos salva de hacer el trabajo crítico; es decir, no nos salva de pensar y justificar nuestras decisiones. El feminismo no es un bloque con una sola postura, a veces se equivoca y debe dar espacio a la posibilidad de objetar sus posiciones.
Entonces, ¿son los episodios sexuales de políticos y personajes públicos temas que pueden ser discutidos en el debate nacional? Mientras no haya delitos, creo que la respuesta será: depende. Aparecen entonces matices y consideraciones legales y morales que deben ser discutidas caso por caso. Y que –no lo olvidemos– involucran también tomar en cuenta que el estado civil no es todo lo que necesitamos para saber si es que ha habido una infidelidad; hay acuerdos que no tenemos por qué conocer quienes somos externos a una relación. ¿Eso quiere decir que enterarnos de un escándalo sexual no afecta nuestra opinión? Para nada. Una vez que los conocemos, inevitablemente impactarán nuestra opinión de la persona. Aparecerán entonces consideraciones como nuestros valores personales; posibles temas de hipocresía; y en general juicios de carácter.
La respuesta, entonces, no está en el feminismo. O, mejor dicho, no está en agarrar una frase feminista, sacarla de contexto y dar el debate por terminado. El feminismo en el que yo creo es más bien una herramienta crítica para reflexionar y discutir sobre este tipo de cuestiones y, solo entonces, llegar a una respuesta.