La leyenda de Lady Godiva cabalgando desnuda por las calles de Coventry, Londres, capturó la imaginación de escritores y pintores. En una etapa en que las mujeres no se sacaban la ropa con facilidad, Godiva prescindió de ella por una buena causa. Según Roger de Wendover (1057), Godiva le suplicó a su esposo, Leofric, conde de Mercer, que aboliera los impuestos de sus siervos. Ante su insistencia, la respuesta del noble fue que liberaría a los siervos de la carga tributaria si ella cabalgaba desnuda por las callejuelas del señorío. Una difícil prueba que la señora cumplió a cabalidad cubriéndose el cuerpo con su larga cabellera.
La historia de la compasiva Godiva fue rememorada en 1926 por una famosa chocolatería belga. Para su fundador, Pierre Draps, el objetivo fue crear una marca suntuaria asociada a la pasión de una mujer cuya generosidad benefició a todo un pueblo. Como ocurrió con el Che Guevara, Mandela y tantos otros luchadores sociales, el aprovechamiento de un ícono cultural, complejo y contradictorio, no solo lo dulcificó, sino que distorsionó la historia de una mujer fascinante. Partiendo de esta breve remembranza que muestra lo que el mercadeo es capaz de hacer: transformar gestos generosos y valientes en marcas cuyos productos invaden las tiendas de lujo de todo el planeta me permito hacer una breve reflexión sobre el consumismo –a propósito del caso de la primera dama– que causa estragos en el Perú y en diversas partes del mundo. El escándalo de la FIFA, que involucra a cadenas de televisión y a reconocidas marcas deportivas, es el ejemplo más extremo del poder destructivo del dinero, utilizado sin responsabilidad.
Queda claro que los ataques contra los patrones de consumo de la primera dama son exagerados, si comparamos su estilo de vida con el robo a mano armada de administraciones pasadas. Sin embargo, es bueno señalar que la publicación de sus gastos privados –pagados con una tarjeta de crédito prestada por una funcionaria– no solo alude, como lo subraya el presidente, a un asunto “entre señoras”. Porque, guardando las distancias, la contradicción entre el discurso nacionalista y el viraje hacia una aparente frivolidad nos recuerda lo ocurrido con Godiva, cuya imagen fue reinventada por un chocolatero mercader. Por otro lado, la presidenta del partido que prometió la gran trasformación no es una ciudadana común, sino una figura pública que parece no entender que la política está hecha de pequeños gestos.
En una transición democrática –incompleta y defectuosa como la nuestra– se requiere un liderazgo capaz de construir una imagen de austeridad y rigor para sintonizar con una población desconfiada. Un estilo que sintetice la sencillez con el sentido del deber y la disciplina personal. Eric Fromm sugirió que solo abandonando el modo compulsivo de tener puede surgir un modo de ser capaz de expresar potencialidades humanas innatas y desconocidas. Esto difícilmente ocurre cuando el objetivo es poseer la mayor cantidad de cosas. Si solo nos empeñamos en obtener posesiones, terminaremos en convertirnos en meros objetos, dominados por el consumo. Renovarse, crecer, fluir, amar, trascender la prisión del ego aislado y estar activamente interesado en los demás es el consejo de Fromm, pero también de Godiva –no la de los chocolates– para un mundo regido, aún, por la ambición y el egoísmo.