"Si fuese una cuestión de principios, debería estar presente en nuestra política exterior en forma permanente, pero es obvio que el Perú no tiene la misma determinación" (Foto: El Comercio)
"Si fuese una cuestión de principios, debería estar presente en nuestra política exterior en forma permanente, pero es obvio que el Perú no tiene la misma determinación" (Foto: El Comercio)
Óscar Vidarte A.

El Perú ha asumido un papel muy activo respecto a la crisis venezolana. El último domingo, el gobierno peruano anunció que no reconocerá los resultados de la “ilegítima elección de la Asamblea Nacional Constituyente” en Venezuela y, acto seguido, convocó a una reunión de cancilleres para evaluar la situación en Venezuela, la próxima semana en nuestro país.

En su reciente mensaje al país por 28 de julio, el presidente Kuczynski hizo mención a algunos temas internacionales, entre ellos la situación de Venezuela. Se refirió a la “descomposición de la institucionalidad democrática” y a la “crisis humanitaria” que vive dicho país, para terminar diciendo que su objetivo es “contribuir a fortalecer la democracia en toda la región”, pero, ¿es esto cierto? En otras palabras, ¿podemos decir que la política exterior peruana se guía en función de la búsqueda de principios, como es la lucha por la democracia?

Para mala suerte de cualquier lector idealista, esto no sucede así. En primer lugar, la defensa de la democracia no puede ser entendida solo a nivel regional. Si fuese una cuestión de principios, debería estar presente en nuestra política exterior en forma permanente, pero es obvio que el Perú no tiene la misma determinación para referirse a la situación que se vive en China o a algunas políticas del gobierno de Trump en Estados Unidos. Por esa razón, si Venezuela fuera fundamental para nuestros intereses directos, como sí lo puede ser para Colombia, por ejemplo (respecto a la paz con las FARC o la situación fronteriza), el Perú no tendría el mismo ímpetu. Pero Venezuela ha sido el origen de una serie de problemas para nuestro país en estos últimos 15 años, representando un modelo económico distinto y un liderazgo regional preocupante. También ha construido alianzas con países vecinos del Perú que siempre han requerido nuestra atención, por lo que debilitar al régimen del presidente Maduro satisface nuestros intereses.

También habría que considerar que el actual contexto regional es más propicio para implementar una política crítica respecto a Venezuela. Para Humala era muy difícil cuestionar a Venezuela, ya que esto suponía enfrentarse, en su momento, a la mayor parte de los gobiernos de Sudamérica. En un escenario marcado por el diferendo marítimo con Chile ante la Corte de La Haya, generar un entorno negativo para el Perú no era lo más aconsejable. Pero el giro hacia la derecha de la región, aunque representado aún por gobiernos débiles, le permite al Perú desarrollar una política dura contra Venezuela, con una sólida base jurídica.

Asimismo, en la actualidad no existe ningún país que ejerza un papel preponderante en América Latina. Ni Venezuela en crisis; ni Brasil, más preocupado por sus dilemas políticos y económicos; ni México, que pareció tener la voluntad de asumir ese papel por intermedio de la Alianza del Pacífico pero que ha sido desbordado por los problemas de violencia que vive, asumen algún tipo de liderazgo. En este marco, una potencia mediana a nivel regional como el Perú, reconocida internacionalmente por su crecimiento y estabilidad en esta parte del mundo, puede intentar ocupar un espacio de liderazgo que no ha asumido (o podido asumir) en las últimas décadas.

Con esto no se busca defender a un gobierno como el de Nicolás Maduro, que está destruyendo por completo cualquier vestigio de democracia en Venezuela, ni señalar que al gobierno de Kuczynski no le interesa la defensa de la democracia, pero creer que la política exterior peruana tiene a la democracia como gran objetivo regional sin ninguna otra consideración al respecto, no resulta cierto. Lo real es que defender la democracia en Venezuela hoy es posible, y claramente beneficia nuestros intereses. En este sentido, es completamente justificable.