"La distorsión de las preferencias electorales es significativa en algunos casos, si nos guiamos por una idea convencional del espectro ideológico".
"La distorsión de las preferencias electorales es significativa en algunos casos, si nos guiamos por una idea convencional del espectro ideológico".
Iván Alonso

La valla electoral:


Unas elecciones atípicas, sin la emoción de candidaturas presidenciales y tan solo para completar el período trunco de un poder desprestigiado, no son quizás las más representativas del comportamiento del electorado, pero son la evidencia más cercana que tenemos a la mano sobre los efectos de algunas reglas electorales. Una de esas reglas es la , según la cual un partido debe obtener no menos del 5% de los votos válidos a nivel nacional para tener derecho a ocupar los escaños que, por número de votos en cada circunscripción, le corresponderían. (Una segunda condición, sobre el tamaño mínimo de la bancada, no ha influido en el resultado en esta ocasión.)

De las 21 listas que se presentaron, 12 no pasaron la valla. Cuatro de esas 12 no recibieron votos suficientes para alcanzar un escaño en ninguna circunscripción, con o sin valla electoral. Las otras ocho sí habrían colocado al menos un congresista. Esas ocho listas recibieron, en conjunto, 3,7 millones de votos, 25% del total emitido. Uno de cada cuatro votantes ha sido “ignorado”.

La valla electoral tiene como finalidad evitar la atomización del . Obviamente, reduce el número de bancadas. Lo que no es tan obvio es que reduzca sustancialmente la dispersión o, dicho de otra manera, que aumente la concentración. Usemos el índice de Herfindahl, con el que los economistas miden la concentración de una industria. Elevando al cuadrado las participaciones porcentuales de las distintas bancadas en el número total de congresistas y sumándolas, obtenemos un índice de 1.020 sin valla y 1.260 con valla. Para tener una idea más concreta, lo primero equivale a un Congreso con diez bancadas de igual tamaño; lo segundo, a uno con ocho de igual tamaño. Un poco más de cohesión, pero no tanto.

En términos más prácticos, contemos cuántas bancadas se necesitan para aprobar por mayoría una ley. Cuatro son suficientes con la valla electoral: Acción Popular, APP, el Frepap y Fuerza Popular, que suman 77 votos. Sin la valla electoral, esas mismas bancadas sumarían 69 votos; también mayoría. Supongamos que se requiere una mayoría calificada, como los 78 votos necesarios para aprobar un crédito suplementario: las cuatro de arriba más UPP suman 90; las mismas cinco, sin valla electoral, sumarían 81.

No hay, por lo visto, una gran diferencia en la facilidad con la que los congresistas pueden ponerse de acuerdo. Pero el precio pagado no es bajo. Nueve de los 26 distritos electorales no estarán representados íntegramente por los candidatos de su preferencia. Dieciséis congresistas (uno de cada ocho) han llegado al Congreso gracias a la valla electoral, incluyendo siete de Lima (uno de cada cinco), que es como decir con votos prestados de otras circunscripciones.

La distorsión de las preferencias electorales es significativa en algunos casos, si nos guiamos por una idea convencional del espectro ideológico. En Huancavelica, un candidato de Democracia Directa ha sido reemplazado por otro de Acción Popular; en Junín, uno de Perú Libre por otro de Fuerza Popular; en Lambayeque, uno de Juntos por el Perú por otro de Podemos.

Un análisis semejante para otras elecciones podría darnos más evidencia sobre lo que se gana en cohesión y lo que se pierde en representación para ver si vale la pena mantener la valla electoral.

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