"El mundo de los libros puede ser, además de fantástico, también extraño y misterioso". (Ilustración: Víctor Aguilar)
"El mundo de los libros puede ser, además de fantástico, también extraño y misterioso". (Ilustración: Víctor Aguilar)

Las ferias de libros son el punto de encuentro entre el ciudadano y una serie de producciones escritas que abordan diversos temas y que son mostradas gracias al trabajo de editoriales tanto nacionales como extranjeras, sean estas públicas o privadas. Se puede decir que en estos eventos hay para todos los gustos. Los míos, por ejemplo, son la ciencia política, el derecho constitucional, la historia, la filosofía, la literatura y, de vez en cuando, la astronomía. Los leo por razones académicas y por placer.

Cada lector tiene una manera de relacionarse con los libros. No existe un método universal para la lectura, pero sí opciones metodológicas para practicarla. Sin duda, hay personas que saben leer muy bien y otras… mejor ni escucharlas. Un genio como Neruda, por ejemplo, leía muy mal sus poesías.

Desde que nací viví rodeado de libros, los de la casa de mi padre y los de mis abuelos. Ver esos adornos en las bibliotecas fue –y sigue siendo– para mí una mezcla de estética y sabiduría. Estética por la belleza de una biblioteca, sea gigantesca o pequeña; y sabiduría, por lo que estos espacios encierran. Además, en una biblioteca tenemos libros que ni leemos, que sirven como adorno. Para cualquier lector con una biblioteca mediana –de entre 1.000 o 2.000 libros– haberlos leído todos implicaría una hazaña mayúscula. Como para entrevistarlo o escribir una novela sobre su vida.

Con el paso del tiempo, mi biblioteca, que es mediana, empezó a llenarse de libros. No solo porque los compraba, sino porque me los regalaban. Además, en mi casa vivió la afamada poeta conocida como Yolanda Westphalen, que usó el apellido de su esposo por amor y que fue mi suegra. Ella tenía unos extraordinarios clásicos de poesía, literatura y filosofía.

En la Feria del Libro de este año, por primera y única vez, tuve la oportunidad de presentar dos libros casi al hilo. Siempre había presentado uno. Y digo por “primera y única vez” porque el destino y las circunstancias me atraparon, como un Edipo sometido a la tragedia hasta el desenlace de la misma. Nunca lo volveré a hacer. Porque, al menos para mí, presentar un libro es un “chambón”, más aún si quieres hacerlo seriamente. Hay tres etapas ineludibles en el proceso: leer todo el libro, resumirlo y explicarlo ante un público que, en la mayoría de los casos, está bien curtido en el tema.

Y debes hacerlo, además, en 10 minutos, pues por lo general las presentaciones están a cargo de tres o más personas, incluyendo al autor.

Los libros que presenté fueron “El comercio internacional y su impacto en la cultura y el derecho”, de Aníbal Sierralta, y “El reto de la democracia digital. Hacia una ciudadanía interconectada”, de Elaine Ford. El primero, de 800 páginas, es una obra que rebasa lo estrictamente comercial y jurídico y que se inserta en una línea crítica contra aquellas categorías ideológicas con apariencia de verdad universal que nos quieren vender los neoliberales en ese novedoso fenómeno social llamado ‘globalización’. Sin duda, una obra integral y un aporte a las ciencias sociales y jurídicas.

La segunda es una obra pionera en el Perú, escrita por una joven mujer que no solo conoce la teoría sobre la democracia digital (que empieza a ser el futuro de la democracia), sino que cuenta con un cúmulo de experiencias sobre su aplicación en el Perú.

Pero he aquí lo mejor. Hace unos días, al llegar a mi departamento, Fernando, el conserje del edificio, me entregó un paquete grande y pesado. Pensé: “Seguro se trata de otro libro más”. Lo abrí y encontré el libro “El Derecho en una sociedad en transformación”, de W. Friedman, editado por el FCE en 1966, junto con una carta firmada por uno de mis compañeros de la Facultad de Derecho y Ciencia Política de la Universidad de San Marcos, Humberto Ugarte Riva. “Estimado Paco: ¡Más vale tarde que nunca! Este libro me lo prestaste cuando todavía estábamos en la UNMSM. Lo he encontrado ordenando mi biblioteca. Te pido disculpas por el atraso de más de 40 años”.

Y es que el mundo de los libros puede ser, además de fantástico, también extraño y misterioso. A mí me devolvieron un texto después de cuatro décadas. Lo que me anima a seguir prestándolos. Aunque, valgan verdades, cuando lo hago sigo monitoreando al inquilino de turno con llamaditas o recomendaciones para que le saque copias. No vaya a ser que me lo devuelva dentro de 40 años, cuando ya no esté.