La semana pasada, la congresista estadounidense Alexandria Ocasio-Cortez denunció en la Cámara de Representantes que había sido llamada “repugnante”, “loca” y “perra” (‘fucking bitch’) por un legislador republicano. Sostuvo, además, que no había pensado responderle hasta que escuchó sus excusas.
Entre otras cosas, el republicano (quien ha negado que ha insultado a la congresista y más bien dijo que se había referido a sus políticas) sostuvo que “habiendo estado casado durante 45 años y teniendo dos hijas, es muy consciente del lenguaje”. A este argumento, Ocasio-Cortez contestó: “Tengo problemas con usar a las mujeres, a nuestras esposas, a nuestras hijas como escudo y excusa a nuestro mal comportamiento […]. Tener una hija no hace que un hombre sea decente. Tener una esposa no hace a un hombre decente”.
Todos conocemos el argumento que, con diversas variantes, esconde una idea del tipo: “Soy padre/esposo, por ende soy incapaz de cometer actos machistas, por ende no hay ninguna necesidad de que hablemos de mi actuación concreta”. El fin de semana, Jessica Bennett publicó un artículo en el “New York Times” en el que, además de recordar ocasiones anteriores en las que esta idea se ha escuchado de boca de personajes conocidos, trae declaraciones de expertas que subrayan la frecuencia con la que se usa la “excusa de la hija”, especialmente en casos de acusaciones de acoso o ataque sexual. Así lo pone Bennett: “Se presume que el amor que tiene un hombre por las mujeres de su familia, particularmente por sus hijas, tiene un poder especial: humanizarlo hacia la otra mitad de la población, permitirle imaginar el mundo en el que su hija vivirá. A veces, de hecho, esto pasa. Otras, la Excusa de la Hija aparece más que nada como una estrategia cínica”.
Pero vayamos por partes. ¿Hay alguna relación entre ser padre de una mujer y las actitudes hacia el género? El año pasado, tres académicos de la London School of Economics (Borrell-Porta, Costa-Font y Philipp) publicaron un artículo titulado “El efecto de la ‘niña poderosa’: ¿Criar a hijas altera las actitudes hacia las normas de género?”. Luego de revisar datos de encuestas nacionales inglesas realizadas entre 1991 y el 2012, los autores encontraron que tener hijas hacía menos probable que los hombres tuvieran actitudes “tradicionales” relacionadas a la división por género del trabajo. Esto se veía no desde que las hijas nacían, sino desde que llegaban a la edad escolar, lo que coincide “con el período en el que los menores experimentan mayores presiones sociales para actuar conforme a las normas de género”. Otro dato importante es que el cambio en cuestión, aunque estadísticamente significativo, no es tampoco enorme: una reducción de tres puntos porcentuales en padres con hijas en edad de estar en primaria; cuatro en edad secundaria. En declaraciones al diario “The Guardian”, Costa-Font sostuvo que los resultados van de la mano con la idea de que los padres de mujeres “experimentan de primera mano [los] problemas que [existen] en un mundo femenino, y eso luego básicamente modera sus actitudes hacia las normas de género y se vuelven más cercanos a ver el panorama completo desde la perspectiva femenina”.
Entonces, ¿tener hijas puede impactar las actitudes de los hombres hacia ciertos estereotipos de género? Hay información que nos dice que sí. Pero, y aquí viene la segunda parte de la cuestión, ¿es tener hijas suficiente para no ser machista? Contamos con interminable evidencia anecdótica que nos dice que no, no es suficiente.
Hay algo más que quiero compartir en este artículo: al escuchar a Ocasio-Cortez, no pude evitar recordar las palabras que había escuchado unos días antes. En una entrevista con Matheus Calderón, el periodista Marco Avilés comenzó recordando que en nuestro país la frase “en el Perú todos somos mestizos”, “muchas veces aparece de forma cancelatoria, como para cerrar conversaciones en torno al racismo”. Pensé, entonces, que el “yo soy mestizo” contiene el mismo movimiento que el “yo soy padre de mujeres”: la idea falsa de que hay algo muy nuestro, esencial, que nos limpia de todo mal.
Pero no, no nos limpia de todo mal. Después de todo, las personas tenemos la indudable, y terrible, capacidad de cargar en nosotros desprecio por quienes, al mismo tiempo, tanto queremos: por nuestras esposas, por nuestras hijas, por nosotros mismos.
*La autora forma parte del Comité de Lectura y es asistente de investigación en LSE.